sábado, 28 de diciembre de 2019

Conversaciones con Gonzalo García Pelayo: Nostalgia del futuro.

Una faena de arte, de artistas y de repertorio.

Como muy bien ha sugerido Pepe Freire, coautor de un magnífico documental de arte sobre Gonzalo García Pelayo, Nostalgia del futuro[1] no es un libro para leer de un tirón, sino para disfrutarlo lentamente descubriendo o redescubriendo los mundos en los que ha ido influyendo su protagonista. Ya que más que una entrevista al uso en este caso nos encontramos ante una experiencia que crece si se convierte en interactiva. Por eso aconsejo acercarse a él teniendo cerca una buena conexión a Internet desde la que podremos ir complementando su lectura, algunas unas veces ampliando datos, y otras veces, la mayor parte de ellas, como banda sonora.
El currículum discográfico de GGP da vértigo, ya que pocos palos ha dejado de tocar e influir en la música, sobre todo en español de uno u otro hemisferio, en los últimos cincuenta años. Sacando sólo una pequeña representación de algunos nombres con los que ha trabajado tendríamos los siguientes: Amancio Prada, Bambino, Carlos Cano, Labordeta, Lole y Manuel, Aute, María Jiménez, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Quilapayún, Víctor Jara o José Manuel Soto.
Pero, sin duda alguna, la mayor aportación que ha hecho Gonzalo, y por la que ya está inevitablemente en la Historia de la música, es por haber sido coautor necesario de lo que se ha llamado el rock andaluz. Gonzalo estuvo presente en la gestación de este movimiento en presente, pasado y futuro. Desde su participación como manager de Gong, hasta la creación de Smash, y la consagración del género con Triana, banda en la que su participación sería fundamental.

El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.
Como ejemplo de la influencia del rock andaluz en el mundo oigamos la versión de El Garrotín de Smash de 1971 y la interpretación de Morena, tema de 2009 de Rockamenco, banda de rock andaluz… japonesa.



El libro-entrevista de Luis Lapuente es esencial para conocer los años de GGP vinculado a la música y a alguna de sus otras ocupaciones. Desde un punto de vista estrictamente personal quiero resaltar dos apuntes. Por un lado una curiosa anécdota que desconocía que implica a Luis Eduardo Aute, a Víctor Erice y a Antonio López. Y por otro, la participación del clan en la producción de Donde más duele (Canta por Sabina), disco de María Jiménez en el que aparece una versión de Con dos camas vacías, la que considero la mejor canción de Joaquín Sabina (en forma y fondo) de los últimos veinte años. Pero no cuento nada más, que para eso está el libro.
Con todo esto dejo bien claro que considero que Nostalgia del futuro era y es un libro necesario, y que junto con el documental Vivir en Gonzalo, ya podemos decir que tenemos una buena panorámica de la vinculación de Gonzalo con la música. Pero también pienso que para apreciar y conocer en profundidad la figura de GGP vamos a necesitar algo más.
Fue una acertada idea comercial la del distribuidor francés al que se le ocurrió dar nombre al innominado vagabundo de Chaplin, ya que con este referente el público no se perdería entre su ingente producción, y así siempre sabría cuándo estaba disponible una nueva obra del ahora llamado “Charlot”. Así si veíamos un título como Charlot, pintor o Charlot, bombero no teníamos que hacer mucho esfuerzo para imaginar qué íbamos a ver. Pues algo parecido deberíamos hacer con Gonzalo García Pelayo, ya que a este libro lo podríamos titular: Gonzalo, productor musical. Porque si hay que ponerle algún pero es que, en su brevedad, se echa de menos que haya más del Gonzalo cineasta o de Gonzalo y los números, aunque en este último caso al menos ya tenemos un libro del clan con la ruleta, La fabulosa historia de Los Pelayo, y otro sobre el póquer. Pero lo que no tenemos aún es su soñado El cine según GGP, a modo del canónico El cine según Hitchcock de François Truffaut. En este sentido nos ganan los musiqueros a los cinéfilos por goleada, ya que lo más parecido que se ha escrito hasta ahora ha sido una magnífica, pero brevísima, entrevista[2] que le hizo Antonio Gregori en 2006 en ese curioso libro que es El cine español según sus directores[3], que ya es necesario ampliar y actualizar.
Así que recomiendo absolutamente Conversaciones con Gonzalo García Pelayo, aunque el poso que me ha dejado, tras disfrutar sin duda alguna de su lectura, ha sido una cierta nostalgia del futuro por el deseo de que este libro sólo sea parte de un todo que espero que algún día llegue.





[1] Lapuente, Luis. Conversaciones con Gonzalo García Pelayo: Nostalgia del futuro, 2019. EFE EME. ISBN: 9788495749284
[2] Gregori Fernández, Antonio. El cine español según sus directores, 2009. Ediciones Cátedra. ISBN 10: 8437626145 ISBN 13: 9788437626147
[3] Información documentada por el erudito del cine español Javier Redondo Martín.

sábado, 11 de agosto de 2018

El imposible cruce entre los bisontes de Altamira y las vacas de Wisconsin.


 “La pittura è cosa mentale”, Leonardo da Vinci.
“Lo más terrible de este mundo es que todos tiene sus razones.” La regla del juego, Jean Renoir.


En abril de 2018 escribí sobre una conferencia en la que se menospreciaba buena parte del arte contemporáneo, quitándole la categoría de arte o imponiéndole la etiqueta de “arte basura”[1]. Con posterioridad a esa charla, que generó una cuasi agria polémica entre algunos de los presentes, una simpática profesora de filosofía, que aunque no poseía la acritud del ponente no se mantenía muy alejada de la tesis expuesta, me recomendó el ensayo de Alessandro Baricco El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin[2].
A poco de empezar a leer vi que realmente de lo que hablaba Baricco en este ensayo era de algo distinto a lo que yo esperaba, aunque se pueda proponer como paralelo, y es de la diferencia, para él catastrófica, entre la música clásica (que prefiere llamar culta) y la contemporánea. No voy a entrar en exceso en la tesis de la obra, básicamente porque mis conocimientos de música no pasan de ser muy elementales, pero sí reconozco que es precisamente esta creencia, que el paralelismo entre ambas formas de expresión es posible, la que creo que señala la incomprensión hacia ciertos planteamientos de las artes visuales contemporáneas desde los que aman la música culta o el arte académico previo a las vanguardias.
Todo indica que la música es, entre lo que actualmente en Occidente consideramos arte[3], la manifestación de la creación humana más antigua de todas. Y podríamos decir que esto es así porque probablemente ya lo llevemos en los genes. La primera percepción de la existencia de cualquier mamífero es sonora: los latidos de la madre aún en la fase fetal.  En nuestra especie hay bebés que a los dos meses son capaces de igualar el tono, el volumen y el perfil melódico de tarareos, y a los cuatro meses acompasar sus movimientos a ritmos sencillos. Por ello, y por analogía con los grupos humanos de estructura simple aún existentes, hay pocas dudas de que la música y los bailes sociales fueron las manifestaciones artísticas primigenias. Con esto observamos que la música en general, a diferencia de otras manifestaciones artísticas, no requiere que el espectador posea una preparación intelectual previa, sino que puede percibirse de forma directa y alcanzar su objetivo sin ninguna clase de barrera cultural. Sobre esto hacen referencia de una forma muy directa los guionistas de los Simpson, cuando ponen a Homer escuchando una música rítmica y se pone alegre, y oye inmediatamente a continuación una lánguida y se pone triste.
Para muchas personas los efectos de la música son emoción en estado puro. Y esto se produce porque la música pura usa normalmente un medio primario y universal: un sonido con melodía, ritmo y armonía. La ventaja de esta forma de expresión es esa. El espectador no precisa de un lenguaje previo que sea necesario conocer, ni un código de signos que haya que descifrar. Simplemente suena y se escucha. Otra cosa es que le guste o no, o que el gusto se le haya educado/adiestrado inconscientemente por la repetición y valoración positiva o negativa en su ámbito social.
Podemos distinguir con esto a la música de la literatura escrita, en la que es necesario conocer el idioma y su escritura. Como esto también ocurre en las artes visuales, aunque su aprendizaje no sea tan dirigido y consciente como con la lectoescritura. Como ejemplo señalaré en un cuadro algunas diferencias esenciales entre ambos medios.

MÚSICA
ARTES VISUALES
Tiene al menos un creador (compositor), un intérprete (director en el caso de orquestas) y ejecutantes (los instrumentistas).
La creación y ejecución de la obra normalmente recae en el autor. En este caso es el espectador el que interpreta la obra.
Sólo los autores nacidos en la era de la era de la reproductibilidad técnica han podido supervisar al menos una grabación de su obra.
La obra de arte visual (salvo accidente, vandalismo o deterioro natural) permanece sin alteración física. Sólo puede variar la interpretación de sus receptores.
Las obras sólo tienen dimensión temporal.
La dimensión temporal no suele ser esencial en las obras visuales. El espectador decide su tiempo de recepción.
Normalmente el espectador es sujeto pasivo en la recepción de la obra. La disfruta o no.
El espectador tiene que establecer algún tipo de diálogo con la obra, al menos de lectura.

Para que se produzca la evolución de sociedades simples a complejas es esencial el desarrollo del pensamiento simbólico. La capacidad simbólica es la que da al ser humano la posibilidad de crear un lenguaje oral complejo, que dará paso a otra de las formas de arte primitivas: la narración. Para nuestros antepasados tener la habilidad de contar historias tendría muchas ventajas evolutivas. Podían saber qué se había hecho mal y qué bien en la caza. Podían transmitir conocimientos adquiridos a través de relatos. O fantasear sobre el origen o la transcendencia de las cosas. La narración oral, en algunos casos, también desembocaría en la representación de los hechos: el teatro. Pero la narración oral[4], a diferencia de la música, ya posee una frontera que hay que cruzar. Si no se conoce el lenguaje en el que transmite es imposible entenderla. Ya precisa de un camino iniciático básico: el aprendizaje del idioma común. A partir de esto toda forma de creación ya es una construcción social limitada a unos iniciados.
No podemos tener una certeza absoluta, pero es muy probable que en esta fase de consolidación y desarrollo del lenguaje oral se empezasen a crear las primeras imágenes, sencillas pinturas y toscas estatuillas. Las representaciones físicas no sólo permitían que la capacidad de simbolización del mundo se desarrollase, sino que además se transmitiera sin variaciones a sucesivas generaciones, sirviendo de alguna manera de preescritura. Desde las pinturas rupestres hasta el barroco ha sido esencial estar al corriente de los referentes culturales para poder leer las obras. El hecho de que estas representaciones tuvieran un sentido mágico-religioso no las invalidad como arte, sino más bien dan el sentido originario del arte: acciones conscientes y voluntarias que generan una emoción. En este sentido las lecturas vacías de contenido, el arte por el arte, es la excepcionalidad y no la regla en la historia del arte.
Por todo esto no podemos negar la conexión directa entre arte y religión. Si seguimos el planteamiento del filósofo Gustavo Bueno en torno a la religión como culto a los númenes, observamos el paralelismo. En una primera fase el animal estaría en el centro de la representación, y no hay más que ver que esto es cierto viendo el grueso del arte rupestre. En la segunda etapa, coincidente con la época de la domesticación, el animal y el hombre se fusionan. Veamos las representaciones de los primeros imperios: Egipto y Mesopotamia. Yo indicaría una tercera fase que Bueno se salta: la antropomorfización de la divinidad: evidente en Grecia, Roma y en el cristianismo… Y una cuarta (para Bueno la tercera) que nos llevaría al Dios impersonal, que según la teoría del materialismo filosófico estaría a dos pasos del ateísmo. Si observamos la evolución del arte desde esta perspectiva vemos que hasta ahora esto ha sido así. La desacralización del mundo en general y del arte en particular con la entrada del mundo contemporáneo es evidente. Ahora bien, en estos últimos tiempos están sucediendo dos fenómenos significativos. Por un lado, la vuelta al numen animal por un importante grupo de la población en Occidente: el llamado animalismo. Y por otro lado el inédito fenómeno contemporáneo que con notable acierto predijo Marshall McLuhan: el de la aldea global de las redes sociales, que a veces degenera en aldeanismo. Estas nuevas situaciones inevitablemente crean un nuevo mundo y con ello nuevas formas de representación y nuevos intereses en las artes visuales. Ya lo decía Dylan: “The Times They Are a-Changing”. O usando un texto de alguien no sé si menos sospechoso como Paul Valéry, citado por Walter Benjamin en esa obra fundacional de la contemporaneidad que es La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica:
La fundación de nuestras Bellas Artes y la fijación de sus distintos tipos y usos se remontan a una época que se distingue marcadamente de la nuestra, y a hombres cuyo poder sobre las cosas y las circunstancias era insignificante en comparación con el nuestro. Pero el sorprendente crecimiento de nuestros medios y la adaptabilidad y precisión que han alcanzado, nos aseguran para un futuro próximo profundas transformaciones en la antigua industria de lo bello. En todas las artes hay una parte física que ya no puede ser vista y tratada como antes; que no puede sustraerse a las empresas del conocimiento y de la fuerza modernos. Ni la materia ni el espacio ni el tiempo son desde hace veinte años lo que habían sido siempre. Debemos esperar innovaciones tan grandes que transformen el conjunto de las técnicas de las artes y afecten así la invención misma y alcancen tal vez finalmente a transformar de manera asombrosa la noción misma del arte.” Paul Valéry, Pièces sur l'art («La conquête de l'ubiquité»).
De ninguna manera todo esto que he expuesto hasta ahora quiere dar una carta blanca al arte contemporáneo. Más que nada porque el arte contemporáneo, como el renacentista o el barroco, no existe como “una unidad de destino en lo universal”. El arte, en todos los lugares y épocas, no es unívocamente acertado, enriquecedor y maravilloso. Desde sus inicios han existido artistas con obras desafortunadas, inútiles y horrorosas, ya que el artista per se no es un infalible demiurgo. Y tampoco quiero negar la evidencia de que, al igual que la música, ha existido un importante salto formal y conceptual entre buena parte de las artes visuales anteriores y posteriores a lo que se conoce como las vanguardias. La cuestión estaría en concretar esa diferencia.
En una de esas maravillosas sincronías que a veces nos sorprenden, poco después de leer el libro de Baricco, me suceden dos hechos no planificados: por un lado voy de forma imprevista a la neocueva de Altamira[5];  y por otro lado me encuentro por pura casualidad con el libro La palabra pintada de Tom Wolfe, que trata el asunto de la supuesta degeneración del arte contemporáneo desde la estricta perspectiva de las artes visuales. En este libro el periodista parte de la siguiente idea: “…francamente, hoy en día, sin una teoría que me acompañe, no puedo ver un cuadro.” Y en esto tiene Wolfe su parte de razón. Desde las vanguardias en las artes visuales se ha abusado del discurso teórico como excusa para todo. No lo voy a discutir, ni siquiera que esto sí sea un elemento común con cierto tipo de música contemporánea. El que se abran los límites del campo de batalla no significa que todo sea válido ni significativo. Vamos, que sí, que también se cuela mucha basura. Pero como construcción humana, que no divina, arte malo siempre ha habido y siempre habrá.

Epílogo: No es país para vacas.

Toda forma de arte es una construcción social[6]. Como construcción social está sujeta a coyunturas geográficas e históricas que hay que tener en cuenta para poder entenderlo, y disfrutarlo en toda su profundidad y dimensión. Dentro de lo que consideramos medios de expresión artísticos está la música, que tiene la particularidad de que con un control concretos de sus partes (melodía, ritmo y armonía) actúe directamente en nuestro sistema límbico.
Siendo una construcción humana, por lo tanto falible y sujeta a cambios, es sorprendente la vehemencia con la que algunas personas defienden interpretaciones del arte fuera de su canon, a veces con la misma actitud con la que un fanático protege un dogma de fe contra la herejía. En esto recuerdo y comparto otra tesis de Gustavo Bueno expuesta en su artículo El reino de la Cultura y el reino de la Gracia[7]: la visión que parte de la Ilustración y del idealismo que sustituye la idea de la Cultura a la del Reino de la Gracia. Una vez más la Ilustración tomando los territorios del cristianismo. Con esa visión encaja perfectamente la cita de Hegel que encabeza el opúsculo de Baricco: «la música debe elevar el alma por encima de sí misma, crear una región donde, libre de toda ansiedad, pueda refugiarse sin obstáculos en el puro sentimiento de sí misma».
Como no creo en los placeres excluyentes no descarto esta visión del arte “elevadora”, pero también creo que pensar que el arte es eso y sólo eso es absolutamente limitante y reduccionista. Hay formas de arte, como la música, que no necesitan de preparación para disfrutarlas, e iletrados, bebés o vacas pueden sentirse bien en su presencia. Pero otras formas de expresión artística parten de un lenguaje complejo que requiere de una iniciación y de una elaboración mental más propia del neocórtex, como la literatura y las artes visuales. ¿Qué es una hoja escrita en chino para alguien que no entienda ni lea ese idioma?  Puede tener escrito el mejor poema, pero para el que no conozca el código no verá más allá que unos dibujos abstractos sobre un papel. Pues lo mismo puede pasar con algunas manifestaciones visuales contemporáneas.
El arte es todo lo que el ser humano quiere que sea. Un medio para alcanzar lo sublime o un lenguaje para comunicar emociones, o un divertimento para jugar, para reír o reflexionar. El arte como todo lenguaje a veces puede admitir someterse a reglas, y otras pueden estar ahí esperando que sean rotas. Y en cualquier caso, hagamos lo que hagamos, sigue existiendo un hilo invisible que une la mano de la persona que pintó los bisontes de Altamira, la que esculpió en mármol, la que pintó al óleo, la que compuso música que agrada a las vacas, la que diseñó instalaciones o creó performances, hasta la que hoy maneja el ratón de un ordenador.
Como dijo Hipócrates: "La vida es breve, el arte largo, la ocasión fugaz, la experiencia confusa, el juicio difícil.[8]" Para algo que tenemos que nos agrada y no es tan importante, no lo hagamos más difícil.


[1] http://orlandoddrago.blogspot.com/2018/04/reflexiones-de-un-artista-basura-en.html
[2] Alessandro Baricco, El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, 1999. Ediciones Siruela.
[3] La perspectiva de este artículo se centrará en todo momento desde el punto de vista de la evolución del fenómeno en Occidente.
[4] Que posiblemente evolucionase a través de sonidos que se estandarizasen y aceptasen durante las narraciones gestuales de los líderes carismáticos de las tribus humanas. 
[5] En la airada conferencia, no por el ponente, sino por su más fiero defensor, se negó la condición de arte al rupestre por encontrarse privado de la condición elevadora que proponen los partidarios del arte como sublime ideal romántico.
[6] Aunque globalmente no estoy cerca de las tesis del constructivismo social en este caso sí es obvio e inevitable: el arte es una construcción social. Si en algunas situaciones considero que las llamadas construcciones sociales son en realidad materializaciones coyunturales del fenotipo, en el caso del arte no hay duda de que se trata de manifestaciones que derivan de la complejidad social misma.
[7] Gustavo Bueno Martínez, El reino de la Cultura y el reino de la Gracia. El Basilisco, 2ª época, nº 7, 1991, páginas 53-56. http://www.filosofia.org/rev/bas/bas20706.htm
[8] Hipócrates, Aforismos. "Ὁ βίος βραχὺς, ἡ δὲ τέχνη μακρὴ, ὁ δὲ καιρὸς ὀξὺς, ἡ δὲ πεῖρα σφαλερὴ, ἡ δὲ κρίσις χαλεπή."

jueves, 26 de abril de 2018

Reflexiones de un artista-basura en excedencia en torno a la conferencia de Javier R. Portella impartida durante el XXII Encuentro Eleusino celebrado en Salamanca —o— ¿De qué hablamos cuando hablamos de arte?


“…si alguien, por ejemplo, dice que es un buen flautista o que sobresale en cualquier otro arte, sin ser verdad, entonces o se burlan o se indignan con él, y sus parientes, yendo por él, le recriminan como si se hubiera vuelto loco.” Platón, Protágoras, traducción de J. Velarde (Oviedo 1980).


Cumplida ya la primera cuarta parte de mi año sabático empecé a pensar que me vendría bien algún viaje corto fuera de Madrid. La casualidad quiso, bendita sincronía, que descubriese que se iba a celebrar en Salamanca, ciudad que me entusiasma, el XXII Encuentro Eleusino. Estos encuentros son una iniciativa del singular escritor Fernando Sánchez Dragó que, aunque con un componente predominante espiritual, en un par de ocasiones se ha acercado a cuestiones más mundanas. Además, daba la casualidad de que en mi cábala particular el veintidós es mi número mágico, y no sólo ese era el número del encuentro, sino que también el último día de celebración también era el veintidós. Así que tenía que ir. Pero es que, por si todo esto fuera poco, aquello tenía para mí más puntos de interés.
Quería escuchar a Sánchez Dragó en “petit comité” sobre este asunto que le es tan cercano, la incorrección política, me despertaba curiosidad. Y, casualmente, con Dragó en persona coincidiría por primera vez en la Cineteca del centro cultural Matadero de Madrid, un mes después de enterarme de que iba a hablar de esto y un mes antes de la celebración de los encuentros. Y también aquel encuentro me daba la posibilidad de escuchar una conferencia en directo de Gustavo Bueno Sánchez, hijo y discípulo del filósofo Gustavo Bueno Martínez, célebre autor del sistema del materialismo filosófico. Y aunque su discurso me interesaba y su solidez intelectual queda fuera de toda duda, no considero que sea uno de los discípulos de Bueno que puedan caracterizarse por meterse en refriegas polémicas que puedan entrar dentro de lo políticamente incorrecto, o al menos sus formas están lejos de la estridencia y de lo atrabiliario. Cuestión que quizás puedan estar más cerca de otros discípulos como Íñigo de Ongay y el animalismo, Pedro Insua y el nacionalismo o Jesús G. Maestro y todo lo que se le cruce por delante que no le guste (con todos mis respetos, no quisiera ser yo víctima de su apisonadora intelectual). Por otro lado también es cierto que contaba con la presencia disuasoria para mí de Juan Carlos Monedero, no en vano yo ya hice hace años una pública profesión de fe en la que renunciaba explícitamente a Satanás, a sus pompas y manifestaciones, con lo que tendría que ausentarme durante esa intervención acudiendo a un centro de arte contemporáneo al que nunca había ido, y que al final me quedé sin poder ir. Pero voy al grano.
Ya en Salamanca, en la presentación Dragó planteó algunas cuestiones políticamente incorrectas y con las que estoy totalmente de acuerdo; incluso alguna que yo desconocía que compartía con su pensamiento, como la cuestión del sufragio universal. Y planteaba otra que, aunque en ella también coincidimos, yo la expreso con un matiz que nos diferencia y que está directamente relacionada con la cuestión del arte, que es la de las señales que indican que nos encontramos ante un probable fin del mundo, en su opinión, o en mi planteamiento, fin de Occidente.
Había otra conferencia que se había programado el último día por la mañana que no parecía que fuera a causar una gran controversia. De hecho, según me contó el coordinador de los encuentros, esperaban que fuese algo más tranquila, para iniciar el domingo tras las charlas más potencialmente conflictivas del sábado. Aunque si leíamos con atención el título ya podíamos ver que la cosa partía con una cierta provocación: «¿Tolerar o impedir el arte-basura contemporáneo?». Y ahí ya nos encontrábamos con que ante la existencia de un tipo de arte considerado basura, ya empezábamos haciendo amigos, sólo se planteaban dos posibilidades: o tolerarlo, con el matiz de displicencia que el término lleva consigo, o directamente prohibirlo, ejerciendo sin ninguna clase de pudor de una censura en la expresión de la creatividad humana. En ningún caso se sugería una convivencia gozosa o directamente de una posibilidad de disfrute intelectual con esta forma de expresión artística. Al menos, a pesar de lo despectivo de la expresión, se le consideraba arte, basura, pero al menos arte. Algo es algo.


“Reflexiones en torno al arte, su territorio, sus límites; el objeto y el objetivo artístico; la manualidad artesanal, su elaboración mecánica o conceptual; lo fraudulento, lo legítimo; buenas y malas acciones; la perversión del arte; necesidades e implicaciones de su función mercantil; el orden y el caos en el hecho artístico; la objetividad y la subjetividad en su apreciación y análisis… Entre otras consideraciones.” Ensamblaje con caja de madera, cristal, gafas y papel. 


¿Y a qué se refería el ponente con eso de “arte-basura”?
El señor Portella, con un ímpetu testosterónico más propio de un joven airado, leyó su conferencia en la que ponía esta etiqueta a lo que llamó de forma genérica “arte contemporáneo”. Llegados a este punto recordé una cita de Salvador Dalí, al que Dragó salvó de la quema, recordando con acierto también su brillante faceta como escritor con la que comparto su aprecio. Dalí sobre “arte moderno” comentó: «No te empeñes en ser moderno. Por desgracia, hagas lo que hagas, es la única cosa que no podrás evitar ser». Cita que traigo a colación porque la contemporaneidad en principio no lleva aparejada ninguna característica definitoria, sino más bien al contrario. Y partiendo de este punto tan artista contemporáneo es Antonio López, cuya obra es habitual de la feria de arte ARCO, como cualquier autor coetáneo que use nuevos lenguajes alejados de cualquier formalismo clásico. La conferencia de Portella limitaba la definición del arte dentro de los cánones de lo clásico, la sublimidad de lo bello, el misterio de lo sagrado y esas cosas que pretendían convertir a los artistas en seres tocados por el dedo de Dios, algo así como chamanes que nos conectaban con lo inefable. No mantengo que esa visión del fenómeno sea falsa ni alejada de la realidad, sino que, si me permites una boutade posmoderna, citando al periodista José Manuel Parada (el del pianista), también podríamos tener en cuenta que «no hay placeres excluyentes», o al menos en esto no tendría haberlos.
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Y ahora una pequeña aparente digresión que ayudará a explicar mi postura.
Una civilización es un ente vivo. Nace, se reproduce a través de sus influencias, naciones e imperios y finalmente muere. Occidente parte de la Grecia clásica, sin duda, se consolida y extiende con Roma, y finalmente se cohesiona y desarrolla con el cristianismo. Occidente ha tenido sus enemigos, sin duda, como los tuvo Roma antes de su caída. En este caso yo suelo resumirlos en tres grandes íes: el islam, la izquierda indefinida (que decía Gustavo Bueno) y los idiotas.[1] La izquierda indefinida, también llamada marxismo cultural en el mundo anglosajón, aparte de su influencia directa de la escuela de Frankfurt, es posible que realmente tenga otro proto-antecedente que casualmente también empieza por i: la Ilustración. A partir de la Ilustración Dios y cualquier viso de espiritualidad, parte esencial de uno de los pilares de Occidente a través del cristianismo, empieza a morir lentamente. Casualmente, poco después, a lo largo del siglo XIX empiezan a surgir sistemas de reproducción mecánica de la realidad. También casualmente cuando casi se cumplía un siglo de la difusión del primer daguerrotipo (en el mismo lugar donde se centró la Ilustración y la posterior Revolución del cambio) un miembro de la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamin, publica La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.
Tras las últimas exploraciones cromáticas del impresionismo y del postimpresionismo las artes visuales habían llegado a un callejón sin salida, la pintura hasta entonces corría de un serio peligro de estancamiento. El arte en sus temas ya había iniciado un proceso de desacralización que era propio del espíritu de los tiempos. Sin embargo, conservaba la esencia de lo bello heredada del paganismo grecolatino que adoraba la belleza del ser humano como summun de lo divino. Y como diría el nobel Dylan, desde la Ilustración los tiempos estaban cambiando.
Así tenemos un cambio de siglo en el que para muchos Dios y todo lo sagrado ya está muerto, con lo cual la belleza puede cuestionarse, y las formas y los fondos han sido explotado hasta la saciedad. Para salir del nihilismo era un momento de buscar nuevos caminos o unirse directamente a él. Así pongo tres momentos como paradigmáticos:
1907: Picasso tras ver la fuerza de lo primitivo en África pinta Las señoritas de Avignon, que es una propuesta de deconstruir la forma rompiendo los cánones occidentales clásicos creando nuevos paradigmas, esto generará el cubismo y posteriormente otras líneas de trabajo de reinterpretación del arte representativo.
1910: Kandinsky, desde un ambiente prerrevolucionario, toma el camino de la deconstrucción a través del color, creando múltiples líneas de trabajo que juegan con las formas.
1917: En plena Gran Guerra, Duchamp con influencia del nihilismo dadaísta, presenta La Fuente, obra fundacional de la deconstrucción del discurso de lo sagrado.
En una década las motivaciones del arte dejan de ser exclusivamente lo que eran, sin que esto signifique negar el peso de la historia. Repito lo de Parada: No hay placeres excluyentes. Pero un mundo nuevo, con diferentes creencias y costumbres, implica un paradigma distinto a la hora de expresarlo y esto se traslada necesariamente a sus formas de expresión artísticas. El artista puede expresar o no lo intangible, pero en cualquier caso lo hace siempre desde un espacio y un tiempo concreto. Y el artista no puede ni debe permanecer aislado a los tiempos, y los tiempos han cambiado por completo, nos guste o no.

***
Pero vuelvo a la conferencia, porque el enfrentamiento colérico hacia las nuevas formas de plantear el arte por parte de Portella me trajo varias sorpresas. La que más me impresionó sin duda, fue la inclusión de una artista afrocubana, Harmonia Rosales, que no considero que se escape en exceso de planteamientos clásicos, más bien al contrario, se sirve de ellos para hacer una relectura desde su particular condición humana: negra descendiente de africanos llevados a la fuerza a ejercer la esclavitud a una isla caribeña. Pero formalmente no rompe en exceso con el canon clásico. Las variaciones de temas ha sido una constante en el arte. No quiero creer que el Sr. Portella tenga algún problema porque esta autora sea mujer, negra y cubana.
Por su parte Dragó hizo alusión a un artista contemporáneo muy polémico: Damien Hirst. Pero en este caso no voy yo quien lo defienda personalmente, aunque sí defiendo su derecho a hacer lo que hace y, especialmente, a ganar el dinero que gana con ello. Es una simple defensa de la libertad de oferta y demanda. Porque ese es otro asunto: confundir lo que es arte con su vinculación al mercado.
En una charla informal posterior, una de las personas habituales de los encuentros con la que comenté mi punto de vista comentó que esto le resultaba algo parecido a lo de la polémica de llamar matrimonio a las uniones civiles entre personas del mismo sexo, defendiendo que si el fenómeno era distinto su denominación también debería cambiar. En este caso pienso que el fenómeno no sólo no es distinto, sino que voy más allá, ya que pienso que la visión clásica del arte no constituye una realidad monolítica y excluyente, sino que realmente se trata sólo de un epifenómeno espacio temporal (Occidente) dentro de algo mucho más grande que acoge a todos los tiempos y a toda la Humanidad.
Llegados a este punto sería interesante buscar definiciones de la palabra arte. O al menos tratar de determinar de qué hablamos cuando hablamos de arte.

¿De qué hablamos cuando hablamos de arte?

Sin ocultar la polisemia del original griego de la palabra arte (τέχνη), no podemos negar que ya entonces el término aludía a todas aquellas actividades de la creatividad humana que se generaban a través de su inteligencia. Y también podemos observar que el arte, con todas sus evoluciones, ha mantenido en mayor o menor grado tres aspectos con cierta constancia: el arte como una manera de tratar entender o explicar el mundo, el arte como camino para expresar y compartir emociones, y por último, el arte como vía de felicidad o al menos como bálsamo para la infelicidad.
Si acudimos al diccionario de la RAE tenemos que en su segunda acepción indica:
2. m. o f. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.


Por otro lado, yo como “artista-basura”, según el punto de vista de Portella, defino arte como cualquier acción consciente y voluntaria que pretenda generar una emoción en el espectador. Con lo cual tanto esta definición como la del diccionario se mantienen abiertas a fenómenos más amplios de los que lo que aparecen en el discurso del ponente, sin desdecirlo. E incluso se abre a otras manifestaciones fuera del ámbito espacio temporal que representa Occidente, que aunque sus creadores no denominasen con un término equivalente, sus intenciones y resultados son coincidentes. Por lo que tanto a los bisontes de Altamira, como a las obras visuales, narrativas o sonoras de África (por usar un ejemplo al que hizo referencia Dragó) sí podríamos considerarlas formas de expresión artística. Como una rosa es una rosa para nosotros sin que haya necesidad de que la flor sea consciente de que lo es.
En cualquier caso, entrar en detalle en los matices de lo que es arte o no lo es llevaría mucho tiempo, porque hay muchísimos puntos de vista posibles, y como además hemos visto que genera tanta pasión, creo que sería bueno que se plantease un Encuentro Eleusino sobre este asunto. Y espero poder estar allí para hablar de ello.



[1] Dragó añadiría una cuarta i: Internet. Curiosamente hay quien sostiene que la waw, sexta letra de los alfabetos semíticos, es equivalente a la w que se repites tres veces en Internet. Así tendríamos que www=666
"y que ninguno pueda comprar o vender, a no ser el que lleve esa marca, [que es] el nombre de la bestia o el número de su nombre. Aquí es [donde se ve] la sabiduría. El que tenga inteligencia descifre el número de la bestia, pues es el número de un ser humano: su número es seiscientos sesenta y seis." (Apocalipsis, 13, 17-18)

domingo, 23 de julio de 2017

Implicaciones de la transexualidad y el transgénero en la vida pública. Trans, V.

“—Doctor, necesito hormonas y que me opere.
—¿De qué está usted enfermo?
—Yo no estoy enferma. No me “patologice”.
—Pero es que usted me ha dicho que necesita…
—Está claro que no tiene ni idea de lo que me pasa. Escúcheme bien que YO se lo voy a explicar…”

No busquemos evidencias si ya tenemos el transplaining.
Ya hemos visto que la cuestión transgénero no es algo simple, ya que tiene múltiples implicaciones que hacen que el fenómeno vaya más allá que las que pueda tener una simple tendencia sexual no heteronormativa. Pero por otro lado no podemos negar que se encuentra en ese grupo de personas que han sufrido y sufren discriminación[1]. Esto es un hecho. Como también lo es que desde finales de los años sesenta esta discriminación en Occidente ha sido progresivamente reducida con notables éxitos. Y esto ha hecho que el colectivo se haya ido ampliando en sucesivas olas.
Hay dos puntos que unen a estas personas: vivir una sexualidad fuera de la norma y estar marginados por ello. Pero estos dos puntos encierran una gran diversidad en sus diferentes manifestaciones. No es lo mismo limitar tu diferencia a un deseo emocional, a que ese deseo te lleve a realizar transformaciones irreversibles en tu cuerpo. El sexo homosexual o el travestismo pueden ser fluidos y cambiantes, pero provocar una castración o una histerectomía son acciones que no tienen vuelta atrás, no somos figuritas de Lego. Y tampoco es lo mismo tener relaciones sexuales no heteronormativas que pedir dinero público para adaptar tu cuerpo a tus deseos, o exigir a la Administración que se creen ficciones jurídicas en las inscripciones del registro civil para figurar legalmente a tu gusto.
De la misma forma que es injusto que se legisle sobre lo que puedan hacer personas adultas de forma razonable y de mutuo acuerdo en su intimidad, tampoco se debe decidir por deseo de la mayoría lo que la ciencia pueda o no pueda investigar, ni forzar las conclusiones científicas en asuntos en los que no hay consenso por la presión de un grupo ideológico, eso es irracional. Porque como dice el profesor Jesús G. Maestro: “La razón no puede reducirse ni a lo que piense un individuo, porque la razón no es autológica ni yoísta, ni a lo que piense un gremio o un grupo, por fuerte o intimidatorio que sea, porque la razón no depende del nosotros, no cabe en el nosotros. La razón rebasa las posibilidades del yo y las posibilidades del nosotros, está por encima del individuo y del grupo.” Y el entorno LGTBIQ, acogiéndose a esta discriminación, ha estado forzando la razón desde que la Asociación Americana de Psiquiatría en su reunión del 15 de diciembre de 1973 retirara la homosexualidad del Manual de Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales (DSM) por un estrecho margen de votos.
El poder de este lobby ha hecho que actualmente existan leyes que pretende extenderse por todo Occidente que cometen ese lamentable error. Se está legislando basándose en creencias o ideologías sin fundamento científico. Vivimos en pleno síndrome de Galileo.
Eppur si muove…

Los estudios de género como (de)construcción social.
Con los conocimientos que disponemos hasta ahora, hay que tener en cuenta que estamos hablando de personas que tienen una percepción subjetiva de pertenencia a otro sexo. No podemos negar que si esto les produce sufrimiento no se trata de una cuestión baladí, pero no por ello deja de ser una simple percepción subjetiva.
Por otro lado, si hay sufrimiento o malestar en las personas que viven esta percepción ya hay algo que sí podría ser del ámbito médico o psicológico. Porque una de las incongruencias que se produce en la cuestión trans es no querer aceptar el trastorno como tal, sino que tratan de normalizarlo como un hecho más de lo que constituye nuestra probable idiosincrasia. Porque lo cierto es que las características habituales no perturban normalmente a las personas ni precisan de una readaptación quirúrgica ni hormonal. También es cierto que hay cuestiones que nos pueden perturbar sin ser cuestión de vida o muerte. Como tener alopecia o un vientre muy abultado, pero ni los implantes de pelo ni las liposucciones las cubre la Seguridad Social. Existen otras más importantes, como tener falta de vista o estar sin dientes. Y ni las gafas ni las prótesis dentales se cubren con dinero público. ¿Por qué va a cubrir la Seguridad Social algo que los que lo viven no lo consideran una patología o un trastorno? Y es absurdo que por ley ellos puedan informar que poseen esta característica, pero no se les pueda decir que se trata de un trastorno. O dicho de otra manera, si alguien sienten un malestar con el sexo con el que ha nacido tendrá que aceptar que tiene un problema, que podemos llamar disforia de género, trastorno de la identidad sexual o incongruencia de género, da igual el nombre. Pero ahí hay algo que no funciona.

La dictadura de la imagen: ¿Se reasigna el sexo o tan sólo su apariencia?
Uno de los tópicos contemporáneos es denunciar que vivimos en una sociedad de apariencias, y en ese sentido una parte importante del fenómeno trans es eso: apariencia. Porque por mucho que no guste hay que entender y asumir que por ahora no es posible cambiar el sexo de una persona, salvo en su imagen externa. Los procesos de reasignación sexual sólo inciden en la apariencia del sujeto, su realidad cromosómica seguirá siendo la que se le asignó en su gestación. Eso, actualmente, no es modificable. Por mucho que se diga: la reasignación de sexo no es posible. La ciencia no lo ha conseguido. No podemos descartar que la ingeniería genética pueda lograr algún día el cambio, pero actualmente esto aún no es posible. Por ahora se trata tan sólo de crear una imagen de mujer o de hombre, una ilusión. Hacer que las personas vivan en una fantasía. Sentir no es ser, pero si les vale…
No voy a extenderme en el aspecto legal del asunto, de las ficciones jurídicas que esto implica. Ni siquiera en el problema que se crea en las pruebas deportivas. ¿Acaso habrá que crear nuevas categorías olímpicas para no ser injusto con las personas por su sexo “nativo”?

¿Tiene el viento la respuesta?
Actualmente el cerebro humano es como el Manuscrito Voynich. Podemos imaginar de qué va cada parte por los dibujitos, pero como no estamos muy seguro de lo que realmente dice aún tenemos que movernos entre conjeturas y probabilidades.
Las causas podrán ser biológicas, psicológicas o sociológicas, incluso una compleja mezcla de todas, pero lo cierto es que no se sabe a ciencia cierta. Por lo tanto, si no existe el acuerdo no podemos descartar ninguna de sus hipótesis. Al menos no debería existir una superioridad moral de ninguna sobre las otras. Se puede opinar sobre ello, o incluso argumentar apoyándose en alguna de sus teorías, pero lo que no podemos hacer es sentar cátedra afirmando que tenemos detrás un consenso global, porque simplemente no existe.
Y en toda esta maraña de datos tenemos claras muy pocas cosas:
1.     En el ser humano sólo hay dos sexos: masculino y femenino. La cuestión del intersexo (que espero tratar en otra ocasión) se trata de una serie de errores genéticos que no crean un tercer sexo definido.
2.     La identidad de género a veces varía, eso no lo pongo en duda, pero no sabemos con total certeza por qué motivo. A mi juicio hay más evidencias fisiológicas (variaciones hormonales y genéticas) que sociales o culturales, pero aceptar esto supondría un inconveniente para cierto feminismo, ya que implicaría que ciertos roles tienen una base que explicaría la biología evolutiva, cosa que chocaría con sus intereses ideológicos.
3.     La orientación sexual también podría tener una etiología múltiple. Algunos estudios indican que quizás en este caso no sólo son cuestiones sociales, culturales y educacionales, sino que también determinadas experiencias vitales pueden influir. Pero ya esto sería objeto de otro artículo.
4.     Por último, a través de la pasión etiquetadora de los estudios de género, ha aparecido una nueva vía, la expresión de género, para indicar las maneras en la estéticamente uno se presenta ante la sociedad (maneras masculinas, femeninas o andróginas) y esto sí, definitivamente es una estricta cuestión cultural, e incluso, en algunos casos, una pura pose.

Después de todo este tiempo considero que la polémica que generó la entrevista parte de una falsedad en su origen, voy a creer que por ingenuidad, y es la de considerar que el asunto de la transexualidad es “así de sencillo”. Esto no lo es de ninguna manera. Está tan alejado de ser algo sencillo que no ha podido poner en acuerdo a la comunidad científica en un siglo y medio.
Para finalizar voy a tomar como referencia dos de las posturas más claramente enfrentadas que existen actualmente: Paul R. McHugh y Judith Butler. Sus frases, por orden de aparición, pueden dejar bien claras las dos principales posturas (no únicas) que existen actualmente en relación a este asunto:

Judith Butler: “El género es una construcción independiente del sexo, un artificio libre de ataduras. Hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, podría ser tanto un cuerpo masculino como uno femenino.”[2]

Paul R. McHugh: “Uno podría esperar que aquellos que afirman que la identidad sexual no tiene base biológica o física traerían más evidencias que fueran convincentes. Pero como he aprendido, hay un profundo prejuicio en favor de la idea de que la naturaleza es totalmente maleable.”[3]



Epílogo.
Casualmente cuando me dispongo a publicar estos artículos aparece la sentencia del recurso de apelación[4] presentado por HazteOir.org por la retirada cautelar del autobús que inició toda esta polémica. Y creo que nos deja al menos un par de perlas relacionadas con lo que cuento aquí con las que quiero dar finalizado, por ahora, esta serie.
 “Admitir la persecución de ideas que molestan a algunos o bastantes, no es democrático, supone apoyar una visión sesgada del poder político como instrumento para imponer una filosofía que tiende a sustituir la antigua teocracia por una nueva ideocracia .”
            “Por último, no deja de llamar la atención que el denominado  “Tramabús” , autobús fletado por el partido político ”Podemos”, hace unos meses,  que circuló durante un tiempo y tuvo amplia cobertura informativa , llevaba , además  de leyendas sobre la corrupción, las figuras perfectamente  identificables, de políticos y algún periodista , que con independencia del juicio que cada uno pueda tener de ellos, tienen derecho a ver respetada su dignidad y presunción de   inocencia, y sin embargo ninguna autoridad impidió su circulación.”
En este caso parece que se ha hecho justicia, pero esto no ha hecho nada más que empezar.




[1] Los posibles motivos podrían ser interesantes para otra serie de artículos, pero lo importante ahora sólo es constatar el hecho.
[2] Judith Butler, Gender Trouble,Feminism and the Subersion of Identity, New York, Routledge, 1990, p. 6.
[3] https://www.firstthings.com/article/2004/11/surgical-sex
[4] Recurso de Apelación 921/2017. Origen: Juzgado de Instrucción N.º 03 de Madrid. Diligencias previas 450/2017

sábado, 22 de julio de 2017

Transexualidad e identidad de género en tiempos de la revolución sexual de la Pax americana: novedades, aciertos y algunos errores catastróficos. Trans, II.

Antes de la revolución.
Los años de recuperación tras la Segunda Guerra Mundial fueron de alivio y liberación, comenzaba la Pax americana. Muchos intelectuales que habían emigrado a Estados Unidos regresarían gradualmente a Europa. Pero algunos, como los de la Escuela de Frankfurt, dejarían fecundado el huevo de la serpiente. Uno de sus miembros más relevante, Herbert Marcuse, se quedaría generando una gran influencia en el ámbito universitario y sus extensiones.
En democracias liberales si prospera una moda social es porque existe una demanda del mercado previa para que esa tendencia eclosione. Es decir, que sus promotores encuentren el caldo de cultivo necesario en el lugar adecuado y en el momento justo. Esto es lo que sucedió en Estados Unidos con el movimiento de liberación sexual.
Tras una primera parte del siglo XX con terribles guerras globales, llegó la calma a mitad de la centuria con un periodo de tensión política (e incluso sexual) no resuelta. En este caso me centraré más en el segundo tipo de tensión, naturalmente.
Varios fueron los libros que impactaron por diferentes causas en la sociedad norteamericana de la posguerra: El segundo sexo de Simone de Beauvoir que se publicaría en 1953; Eros y Civilización de Herbert Marcuse, en 1955; El arte de amar de Erich Fromm, en 1957; La vida contra la muerte: el significado psicoanalítico de la historia de Norman O. Brown, en 1959.
En una sociedad con una economía tan dinámica la lucha de clases no iba a prosperar, pero en un grupo humano tan puritano como el norteamericano lo del sexo era algo distinto. Allí no había un paraíso socialista que ofrecer, pero un paraíso sexual sí podía ser apetecible. Y no tardaría en llegar.

Un género con toda clase de dudas.
Como ya indicaba en la primera parte de esta serie, para poder estudiar algo primero tenemos que darle un nombre.
La palabra género fuera de su uso gramatical aparece por vez primera en un artículo[1] de 1955 del polémico psicólogo John Money sobre lo que hoy conocemos como intersexo, y antes hermafroditismo.

«La expresión rol de género se usa para significar todas aquellas cosas que una persona dice o hace para revelar que él o ella tiene el estatus de niño u hombre, o niña o mujer, respectivamente. Ésta incluye, pero no está restringida, a la sexualidad en el sentido de erotismo.»[2]
De forma más específica, acercándonos por fin a lo que hoy entendemos como transgénero, el psiquiatra Robert Stoller en 1963, en el 23º Congreso Psicoanalítico Internacional de Estocolmo, declara que hacía la distinción entre sexo y género para poder diagnosticar aquellas personas que, aunque poseían un cuerpo de hombre, se sentían mujeres. Y cinco años después, en 1968, Stoller publica Sex and Gender: On the Development of Masculinity and Femininity[3], en este trabajo detalla la distinción entre el sexo fisiológico del género con el que la persona se identifica. Este punto, como verás, se convertirá en esencial en todo este asunto:
”Género es un término que tiene connotaciones psicológicas y culturales más que biológicas; si los términos adecuados para el sexo son varón y hembra, los correspondientes al género son masculino y femenino y estos últimos pueden ser bastante independientes del sexo biológico.”[4]
Curiosamente Stoller no era partidario de la reasignación quirúrgica del sexo como solución universal, consideraba que había que estudiar individualmente cada caso.
Posteriormente el feminismo y la teoría queer se apropiaría de esta distinción para sus propios intereses.

El síndrome de Harry Benjamin
El primer estudio monográfico específico sobre la transexualidad lo escribe en 1966 el endocrinólogo alemán nacionalizado estadounidense Harry Benjamin: The Transsexual Phenomenon[5], un libro que contribuye a la popularización y asentamiento del término. El interés de Benjamin por estos casos nacería por su encuentro en 1948 con Alfred Kinsey, un biólogo (el primero de renombre en esta historia, que curiosamente era entomólogo de formación) que le pediría consejo en relación a un joven que quería transformarse en mujer. Kinsey por entonces preparaba su celebérrimo Comportamiento sexual del hombre[6]. Benjamin sugirió tratar al paciente con estrógenos. El chico posteriormente se trasladaría a Alemania para una operación de sexo. Este contacto casual llevaría a Benjamin a convertirse en una de las máximas autoridades en la transexualidad.
Harry Benjamin puso nombre a un síndrome que creía que se producía por causas físicas, consideraba que esta disforia se producía por un desarrollo cerebral femenino en un cuerpo masculino. Teoría que situaba a la transexualidad en una refinada variedad de intersexo, en la que la divergencia no se encontraba en tanto en la genitalidad como en el cerebro. Hecho que, al menos en este caso, contradecía la construcción externa de la feminidad que propugnaba Simone de Beauvoir. Si hay un “cerebro femenino” no podemos decir que la feminidad se construye, salvo que sea en los aspectos más sociales, culturales y folclóricos de lo femenino.
Lo cierto es que aunque el síndrome se acepta, se le llamará disforia de género, seguimos sin tener evidencias científicas de esa modificación cerebral. Aún hay que confiar en el sentimiento de la persona.
Como curiosidad en ese mismo año se publica en Estados Unidos The Social Construction of Reality[7], el libro germinal del construccionismo social.
Pero lamentablemente en 1966 pasaron más cosas.
***
Que la realidad no te estropee una buena teoría: El caso Money-Reimer-Diamond.
John Money era un psicólogo neozelandés que en 1947 emigra a Estados Unidos para ampliar sus estudios y se especializa en sexología, teniendo una gran influencia del ya citado Harry Benjamin. Finalmente será profesor en la Universidad de Johns Hopkins en la que tendría como alumno a Louis Gooren, del que ya hablaremos un poco más adelante.
Money, junto al más prudente Robert Stoller, será uno de los creadores del concepto “identidad de género”, que será uno de los pilares en los que se asienten los estudios de género de los que ya Simone de Beauvoir había puesto la piedra angular. Lo malo es que el ambicioso John Money quiso ir mucho más allá. La realidad no le podía anular una supuesta buena teoría.
En 1966, tras una fatal operación de fimosis, el bebé Bruce Reimer pierde el pene. Por casualidad sus padres ven a Money en televisión, que por entonces sostenía la tesis de la orientación sexual como una construcción educativa sociocultural frente al determinismo biológico. Los padres de Bruce creyeron que aquello podía ser una solución para su drama familiar, así que se pusieron en contacto con aquel psicólogo y confiaron en él. Para Money aquel caso era providencial, ya que Bruce era hermano gemelo, y con este experimento podría demostrar su tesis. El niño pasaría a ser Brenda y tratado como niña a partir de entonces. Money escribiría un libro relatando la historia como la demostración definitiva de su teoría. Pero la realidad era muy distinta. Tras años de sufrimiento el chico nunca se sintió mujer. En plena adolescencia sus padres le dirían la verdad y él pediría volver a su sexo biológico. Finalmente, reconvertido ahora en David, y animado por el biofísico Milton Diamond (uno de los pocos científicos con valor suficiente para enfrentarse al todopoderoso Money) y un indeciso Keith Sigmundson (el nuevo psiquiatra de los gemelos) el chico se atreve a contarlo todo al periodista John Colapinto que publica la historia en The Rolling Stones, en 1997, y posteriormente en un libro[8]. Brian, el hermano en la sombra con graves problemas psicológicos, cae en la drogadicción y se suicida en 2002. Bruce/Brenda/David lo hará en 2004. Iba a cumplir 39 años.[9]

John Money y Bruce/Brenda/David Reimer.


Estudios de género: ¿una verdad revelada?
Se puede pensar que es injusto atacar a toda esa amalgama de corriente de pensamiento que se encuadran hoy en día dentro de los estudios de género a través del desastroso experimento John/Joan de John Money. Pero lo cierto es que sin una evidencia científica que los respalde los estudios de género son sólo una creencia, o como también se les llama, una ideología. Y por lo sucedido no creo que se trate de una ideología precisamente esperanzadora.
Con aquel terrible experimento debería haber quedado ya claro que debe de haber algo más que una construcción social en el desarrollo de lo que han querido denominar “género”, aunque hasta entonces, y te adelanto que hasta ahora, no se hubiese encontrado nada. De hecho ahora sabemos que existe una fuerte vinculación entre los genitales y el cerebro, no son dos órganos independientes, pero de eso hablaré cuando toque.
El biofísico Milton Diamond, responsable de destapar el affaire, cuando todo terminó declaró: “Si todos estos esfuerzos médicos, quirúrgicos y sociales combinados no tuvieron éxito en hacer que este niño aceptara una identidad de género femenina entonces, tal vez, tengamos que pensar que hay algo importante en la constitución biológica del individuo.”[10]

John Money, juicio ad hominen.
No voy a negar las aportaciones de John Money a la sexología, pero tampoco puedo ignorar el sufrimiento que generó su egolatría. En cualquier otro caso hubiera escrito simplemente que fue el primer psicólogo de reconocido prestigio que se posicionó a favor de que la identidad de género era algo adquirido a través de construcciones socioculturales, más que un hecho biológico innato, como proponía su colega Benjamin. Y es cierto que trató de probarlo con un estudio científico, uno de los primeros con vocación científica. Pero lo cierto es que fue un fracaso. Un fracaso que ocultó mientras pudo y que nunca reconoció abiertamente. Si el vínculo entre ciencia y ética es inevitable, en este caso creo que hay pocas dudas que se traspasó holgadamente.
Todos somos frutos, y a veces víctimas, de nuestras biografías, y Money no lo era menos. Educado en un puritanismo represor le llevó a hacer oscilar el péndulo de lo razonable mucho más allá de sus límites. No voy a reprocharle que explorara la sexualidad en todos sus límites, pero sí que inocentes pagaran con ello.
Personas que lo conocieron, como el sexólogo Richard Green lo describen como alguien de dudosa moral, soberbio, prepotente, egoísta. Quizás lo mejor que se puede hablar de él es que demostró con la vida de otros que estaba equivocado.
Una de sus pensamientos que lo retratan como lo que era está relacionado con la pedofilia, que por cierto Richard Green también mira con benevolencia:
“Si yo fuera a ver el caso de un niño de diez u once años que está intensamente y eróticamente atraído hacia un adulto de unos veinte o treinta años, si la relación es totalmente recíproca, así como la unión es verdadera y totalmente mutua… Entonces yo no lo consideraría patológico de ninguna manera.”[11]

Una década revolucionaria.
La de los sesenta fue una década revolucionaria. También es cierto que si bien en Europa y sus áreas de influencia (antiguas colonias o territorios en proceso de descolonización) se centró en cuestiones estrictamente políticas más tradicionales, en Estados Unidos se abrieron a nuevas áreas de protesta.
Un problema local, la segregación de los ciudadanos de origen africano, tiene su mayor periodo de protestas en la búsqueda de obtener la igualdad de derechos civiles.
La Segunda Ola Feminista se asienta y se convierte en un auténtico lobby de poder.
Son años de liberación sexual y experimentación con todo tipo de drogas.
El 28 de junio de 1969, casi terminando la década, se producen los disturbios de Stonewall, en Greenwich Village, Nueva York. Y con ellos el activismo LGTB empieza a coger vuelo y a arrastrar a todas sus confluencias. Como curiosidad hay que tener en cuenta que en este caso los travestis, transexuales y transgénero tuvieron una importancia vital, ya que el local en el que empezó todo estaba especializado en estas variantes del entorno LGTB.
Su fuerza como lobby se demuestra en el hecho que tan sólo unos cuatro años y medio después de que se produjeran estos disturbios consiguieron, tras numerosas presiones, que la Asociación Americana de Psiquiatría en su reunión del 15 de diciembre de 1973 retirara la homosexualidad del Manual de Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales (DSM). Fue una victoria reñida, votó un 58% a favor. Y se rebautizó como orientación sexual alterada, para calificar a las personas que no estaban a gusto con tener estos deseos. Pero no dejó de ser un triunfo para su causa que se iría ampliando en años sucesivos.
Son cambios sociales y políticos, pero con respecto a la ciencia seguimos en las mismas. ¿Qué evidencias tenemos sobre las niñas con pene y los niños con vulva que decía el periodista Iñaki López? Hasta principio de los años setenta vemos que aún ninguna. Pero sigamos viendo qué pasó en las siguientes décadas.




[1] Money, John (1955). «Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: Psychologic findings». Bulletin of the Johns Hopkins Hospital. 96: 253-264.
[2] Money, John (1955). «Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: Psychologic ndings». Bulletin of the Johns Hopkins Hospital (en inglés) 96: 253-264. PMID 14378807.
[3] Stoller, Robert; Sex and Gender: On the Development of Masculinity and Femininity, Science House, New York City (1968).
[4] Ibíd. P.187.
[5] Harry Benjamin (1966). The Transsexual Phenomenon. The Julian Press, INC. Publishers.
[6] A.C. Kinsey, W.B. Pomeroy, C.E. Martin (1948). Sexual Behavior in the Human Male. Philadelphia, PA: W.B. Saunders.
[7] Berger; Luckmann, Perter L.; Thomas (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.
[8] Colapinto, John (2000). As Nature Made Him: The Boy Who Was Raised As a Girl.
[9] El padre terminaría alcoholizado y, según alguna fuente, también suicida, y la madre con depresiones crónicas e impulsos suicidas.
[10] Colapinto, John (2000). As Nature Made Him: The Boy Who Was Raised As a Girl. P. 174-175.
[11] “If I were to see the case of a boy aged ten or eleven who’s intensely erotically attracted toward a man in his twenties or thirties, if the relationship is totally mutual, and the bonding is genuinely totally mutual…then I would not call it pathological in any way.”  Entrevista John Money. PAIDIKA: The Journal of Paedophilia, Spring 1991, vol. 2, no. 3, p. 5.