domingo, 25 de diciembre de 2016

El animalismo como peligro social, I. (Una primera aproximación.)

En Navidad NO regales animales...
A mediados de los años noventa iba camino a la Facultad de Historia cuando me encontré con una conocida. Conversando con ella supe que estudiaba Ciencias del Mar, y me contó que sentía un especial interés sobre las aves marinas. Tras un rato de charla sucedió algo que me impresionó especialmente. Con los ojos húmedos y la voz quebrada, me acabó confesando que su amor hacia los animales era tan intenso que ella era partidaria de prohibir toda experimentación con ellos, incluso se le planteaba un dilema moral si con eso se podía ayudar a salvar la vida de un niño, porque reconocía que no podía evitar decantarse más hacia la integridad del animal. En aquel momento aquello me resultó una excentricidad extrema. Una manifestación exagerada de una futura candidata a loca de los gatos con título universitario (o de las aves marinas en su caso). Lo que nunca pude imaginar entonces es que dos décadas después ideas irracionales basadas en un similar pensamiento sentimental se extenderían por todo Occidente como una peligrosa pandemia. Y, entre ellas, el animalismo radical sería una de las más militantes y transversales de todas.
Aunque la expresión sea anterior, no hay duda de que fue el psicólogo norteamericano Daniel Goleman el que popularizó el concepto de inteligencia emocional. Sería en un libro de gran éxito[1] en el que describía los aspectos positivos que esta supuesta forma de inteligencia nos aporta en la vida cotidiana. La buena idea de Goleman fue la de crear una especie de libro de autoayuda con auctoritas intelectual, ya que él, como doctor por la Universidad de Harvard, la tenía en cualquier caso muy superior a la de la mayoría de autores de esta clase de libros. No soy psicólogo, mi intrusismo profesional no llega a tanto, y no voy a entrar en un análisis crítico de su teoría. Pero sí quiero hacer un breve comentario sobre los peligros de la actual “desracionalización” del pensamiento aplicado a la res publica, hecho que he preferido llamar el pensamiento sentimental, para no entrar en polémica con la más optimista visión de la teoría de Goleman.
El pensamiento sentimental está tomando la aldea global. Se ha convertido en muchas de sus manifestaciones en lo que aquel gran visionario laico que fue Alexis de Tocqueville denominó dictadura de la mayoría. Aunque, como en la mayoría de los activismos, sea tan sólo una teórica mayoría moral, ya que específicamente sobre estas cuestiones nunca se ha votado. Se trata de una puesta en práctica de lo que se empezó llamando corrección política, que viene a ser algo así como un catecismo laico que crea jurisprudencia. Pero, sea lo que sea, lo cierto es que con su contagio masivo tenemos un peligro viviendo entre nosotros. Porque cuando el pensamiento sentimental se instala en una mente humana se produce una intensa esclerosis intelectual, ante la cual no existe razonamiento lógico válido que pueda permear su coraza.
La evolución se ha tomado mucho trabajo con nuestro género. Al menos una docena de especies parecidas a la nuestra han pasado por el planeta. Y ahora, que sepamos, ya sólo queda la nuestra: la del Homo sapiens.



Nuestros antepasados completaron el proceso de hominización con la creación de múltiples herramientas, con el aprovechamiento de los recursos naturales, y con la adaptación de animales y plantas para ajustarlos a las diferentes necesidades que surgían. Los primeros Homo sapiens inventaron la ingeniería genética a base de aciertos y errores. Así nacieron cereales, vegetales o árboles frutales mejorados a partir de los que ya existían. Y además se recrearon animales nuevos mejorando las características de especies preexistentes. Así hoy en día contamos con ganado vacuno, ovino o caprino, que dan más leche, lana o carne que sus variantes naturales. Tenemos caballos más fuertes y ágiles. Lo mismo pasa con aves de todo tipo (patos, gansos, ocas…). Gallinas más ponedoras o más gordas (no precisamente por una cuestión estética). Lobos transformados (a veces degenerados) hasta convertirlos en perros. Nuevos seres adaptados a diferentes necesidades (caza, pastoreo, vigilancia) o gatos domesticados para controlar plagas de roedores. El hombre lleva una convivencia de cooperación fructífera con animales adaptados desde el Neolítico. Animales y plantas. No es el único tipo de cooperación animal que existe, pero en nuestro caso estas relaciones han estado especialmente optimizadas.
Así pues, tenemos que la relación entre el hombre y los animales ha sido siempre intensa. Tanto que no han dejado de estar presentes hasta en el hecho religioso, una de nuestras grandes diferencias con ellos: el pensamiento simbólico. En relación a esto el filósofo Gustavo Bueno, en El animal divino [2], propone tres fases en el desarrollo de las religiones. Un primer periodo, que nace en el Paleolítico, en el que para los hombres algunos animales representan el papel de númenes, y como tal los representan y consideran. Con la revolución neolítica, el trato cercano con la domesticación y sometimiento, modifica esta primera visión. Así aparece la segunda etapa, que es la de la religión mitológica. En este periodo los hombres y los animales se fusionan en seres híbridos con poderes más concretos y especializados. Con el tiempo el animal pierde finalmente el misterio y llegamos a la tercera y última fase. Cuando en la Antigüedad aparece el dios antropomorfo que, poco a poco, se convierte en incorpóreo. Y así, ya en el periodo que va del fin de la modernidad y del inicio de la era contemporánea, llega la muerte de la idea de Dios.[3]
Muchacha con perro, Jean-Honoré Fragonard.
El alejamiento de Dios en sectores amplios de Occidente no sólo nace del pensamiento de la Ilustración, y la consecuente catastrófica Revolución Francesa, sino que se acrecienta con las sucesivas revoluciones industriales y las ideologías materialistas que las acompañan. No tanto porque estas ideas se infiltren mayoritariamente en la sociedad, sino porque las nuevas circunstancias económicas alejan a millones de individuos de una vida en contacto con la naturaleza, y los llevan a una vida urbana que va reduciendo las relaciones con animales y personas. Significativamente la primera sociedad protectora de animales, la Society for the Prevention of Cruelty to Animals, se crearía en 1824, en el Reino Unido, patria fundadora de la Primera Revolución Industrial.[4]
Tras las dos guerras mundiales, o en España tras nuestra Guerra Civil, se producen en Occidente las definitivas migraciones del campo a las ciudades creando una nueva forma de vida a millones de personas. No sólo se terminó el contacto con la vida del campo, sino que además se produjo un proceso progresivo de reducción de las familias extensas. Los núcleos de convivencia se acortan y se simplifican. Los animales, que hasta entonces seguían teniendo una función práctica, empiezan a convertirse en el último anclaje con lo natural. Y, en el peor de los casos, un contacto afectivo de sustitución para las personas a las que la vida despersonalizadas de las urbes les hace mella afectiva. Entre finales del siglo XX a principios del XXI se produce una masificación de las familias reducidas, monoparentales, de parejas sin hijos e incluso de hogares unipersonales. Todo esto, inesperadamente, nos conducirá poco a poco a una nueva deificación del mundo animal. El animalismo se va convirtiendo en un pensamiento sentimental desaforado, en una nueva religión irracional, con tintes cercanos a la histeria colectiva.
Pero de todo esto ya hablaré la próxima semana en el siguiente capítulo de El animalismo como peligro social.
 (Continuará.)



[1] Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ (1996) Bantam Books. ISBN 978-0-553-38371-3. Trad.: Inteligencia emocional. Kairos. ISBN 84-7245-371-5. (Añado como curiosidad estrictamente personal que su publicación en Estados Unidos coincide en el tiempo con la anécdota con la que comienzo este artículo.)
[2]El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión. Pentalfa, Oviedo 1996. ISBN 84-7848-490-6
[3] Este proceso, que se produce con diferentes intensidades y escalas de tiempo, hay que verlo teniendo en cuenta el simultaneísmo asimétrico histórico. Es decir, no todo sucede igual y al mismo tiempo en todas las partes. Pero sí existe una tendencia hacia la convergencia de acontecimientos entre los grandes grupos humanos. Ya que, aunque funcionemos como grandes puzzles deshechos en millones de pedazos, de vez en cuando se reconstruye un fragmento en alguno de ellos, y esto es percibido por focos de luz que dirigen su mirada hacia ese punto.
[4] También hay que tener en cuenta que el proteccionismo animal no es en un inicio un fenómeno popular, sino que nace de las clases altas. Los animales de compañía que aparecen en la pintura hasta el siglo XVII están relacionados en su mayor parte con la caza y otras utilidades de las granjas. Y que a partir de finales del XVIII y en el XIX aparecen con frecuencia los perritos de compañía de damas ociosas. Ya que es por entonces cuando se populariza entre las clases pudientes la mascota como objeto de consumo.

lunes, 19 de diciembre de 2016

La izquierda maquis y el nacionalismo excluyente: una apasionada relación sentimental.


“Para la mayor parte de la gente el nacionalismo catalán y vasco es un movimiento artificioso que, extraído de la nada, sin causa ni motivos profundos, empieza de pronto unos cuantos años hace. Según esta manera de pensar, Cataluña y Vasconia no eran antes de ese movimiento unidades sociales distintas de Castilla o Andalucía. Era España una masa homogénea, sin discontinuidades cualitativas, sin confines interiores de unas partes con otras. Hablar ahora de regiones, de pueblos diferentes, de Cataluña, de Euzkadi, es cortar con un cuchillo una masa homogénea y tajar cuerpos distintos en lo que era un compacto volumen.” Ortega y Gasset, La España invertebrada, 1921.


Todo país con una larga trayectoria carga con lastres. Y la nuestra es una nación muy antigua que nunca ha sido aligerada de sus pesos. Sería por ello muy prolijo hacer una relación completa de todas las pesadas cargas con las que cuenta España, pero voy a centrarme en dos rémoras contemporáneas que han coincidido en un interés común, con la curiosa particularidad de que se trata de grupos que en condiciones normales serían fuerzas antagónicas, pero que en lo de reformar la Constitución de 1978, en este momento, están aliados. Como dijo Winston Churchill: la política crea extraños compañeros de cama.




La cuestión es: ¿qué es lo que puede tener en común una izquierda levantisca, que posee como sorprendentes referentes a personajes con una concepción absolutamente centralista del Estado tan siniestros como Marat o Robespierre, con unos movimientos nacionalistas excluyentes de origen burgués? Pues tratemos de desentrañar el misterioso caso de los jacobinos federalistas.

No voy a extenderme en detalle en este artículo en el origen del nacionalismo catalán y vasco, aunque quizás lo haga más adelante en otras entradas. Pero lo que sí voy a hacer ahora es una rápida referencia a una sucesión de hechos históricos, que tal vez nos den una pista sobre los orígenes de este “movimiento artificioso” al que hacía referencia Ortega a poco más de veinte años de su nacimiento:

  •      Con la invasión napoleónica de 1808 y la Constitución de 1812, nace la España contemporánea. Y poco después comienza el fin del Imperio. Se trata de un siglo especialmente catastrófico. Llegamos a tener hasta tres guerras civiles... ¡simultáneas!
  •         La pérdida de las últimas colonias perjudicó especialmente a las provincias vascas, por perder el privilegio de recibir artículos de ultramar libres de impuestos.
  •        Las guerras carlistas (1833-1876) afectaron a los fueros vascos, privilegios medievales que inexplicablemente han sobrevivido a todas las épocas, salvo unas restricciones temporales que se efectuaron precisamente en estos años.
  •         Curiosidad: todos los derechos medievales, que existían en las comunidades históricas francesas fueron eliminados de forma expeditiva por los jacobinos, esos a los que tanto admira Pablo Iglesias, en aquella “ejemplar” revolución. Para aquellos, guillotina. Para estos, “derecho a decidir”.
  •        En el caso de Cataluña el desastre de 1898 fue catastrófico para la industria. Sus textiles tenían trato aduanero preferente en las Antillas, frente a los altos aranceles aplicados en aquellas fronteras a los productos de los países del entorno, muchos más baratos. Y ya entonces culpabilizan a Madrid de lo sucedido.
  •        Otra curiosidad: observemos que la letra de Els Segadors aparece en 1899. Tan sólo un año después del desastre del 98.
  •        Tras décadas de crisis políticas que menguan la actividad económica, y al tiempo que se producen la pérdida de las últimas colonias de ultramar, nacen los nacionalismos de catalanes y vascos.
  •        Las inestabilidades económicas y políticas continuarán durante el siglo XX. Los sucesivos sofocamientos a los movimientos nacionalistas retroalimentan su fortaleza. En la II República se consolidan ante el caos generalizado.
  •        La represión de los nacionalismos durante el franquismo logra que hagan causa común con la izquierda, con la que comparten clandestinidad y  enemigo.
  •         Contra todo pronóstico a finales de los años cincuenta, y por simpatía con los movimientos descolonizadores del Tercer Mundo, en el País Vasco acaba naciendo un independentismo que ya no es burgués, sino de izquierdas, e incluso revolucionario. (Por su parte el nacionalismo catalán fue durante mucho tiempo conservador, ni siquiera Ezquerra Republicana era independentista en un inicio, pero esto… “ahora no toca”.)

Y llegó  1936…

Si hay un hecho que ha partido a una nación en mil pedazos ha sido nuestra Guerra Civil. Un período traumático sin precedentes. La primera gran guerra documentada en España y con proyección internacional, lo que ha hecho que de ella se tenga más memoria que nunca. El dolor larvado de esa humillación durante generaciones ha sido imposible de borrar en algunas personas, incluso manteniendo vivo el resentimiento hasta nuestros días.[1] El odio se prolonga en el tiempo más que el amor, por eso hay odios entre familias que se heredas generación tras generación. Y hubo mucho de eso en esta guerra. Y el que no existía, allí nació.

Tras la guerra la oposición al franquismo que permanecía en el interior se mantuvo durante mucho tiempo desactivada por una dura represión. Existía en la clandestinidad, pero no obtuvo grandes logros significativos, sólo algunos esporádicos y poco relevantes actos de sabotaje. Eso sí, durante el franquismo surgió un vínculo mesiánico inverso entre fuerzas que en otro caso serían opuestas. Ahí actuó el principio del si estás contra él estás conmigo. De esta manera, hasta la izquierda más formal llegó a ver con simpatía, o al menos a no reprochar con dureza, cualquier oposición al Régimen, por brutal que fuera, incluyendo hasta los actos asesinos de ETA. Por esto, en cierto modo, podemos decir que durante el franquismo la autarquía no sólo fue un sistema aplicado a la economía doméstica, sino que también fue una realidad ideológica. Todo se retroalimentaba (incluido el odio) sólo mirando al pasado. Y así existió un inmovilismo del pensamiento político que casi afectó más a la oposición que al Régimen, y por eso los sectores más radicales de ambos grupos quedaron lastrados durante años. Así se explica la prolongación de movimientos como el GRAPO, Terra Lliure o, especialmente, ETA. Y sin embargo el terrorismo de extrema derecha, que también existió, tuvo un recorrido mucho más corto y limitado.

En los últimos años del franquismo ya existía un importante movimiento de disensión dentro del mismo Régimen que proponía un progresivo aperturismo político, ya que se veía que era esto sería inevitable y se empezó realizando importantes reformas en lo económico. Había que homologarse con el resto de países de Europa. Finalmente la evolución sería liderada desde dentro a través de un emergente tutelado del Régimen, Adolfo Suárez, en connivencia con Juan Carlos I, el candidato a la Corona propuesto por el mismo general Franco. La figura del Príncipe, por la manera en la que fue designado, sería clave para que los miembros más inmovilistas del Movimiento pudieran ceder sin sentirse en exceso traicionados en sus principios, era una elección de Franco. Sin embargo, con una lectura atenta del proceso, no podemos negar lo que siempre ha postulado Antonio García-Trevijano (coordinador de la oposición democrática de entonces) que con la Constitución de 1978 más que iniciar una ruptura hacia la democracia lo que creó fue una oligarquía de partidos, que es sin duda el mayor error de nuestra Carta Magna. En defensa de los padres del texto se podría decir que al menos sí era una evolución pasar de esa autodenominada democracia orgánica a una partitocracia plural con sufragio universal. Pero la Constitución de 1978 añadía dos bombas de relojería: el café para todos, desafortunado invento de Manuel Clavero Arévalo y, en directa relación con esto, un desproporcionado planteamiento electoral más territorial que ciudadano[2]. Todas estas cuestiones daban leña a los ya caldeados fuegos de los nacionalismos y a los de aquella izquierda resentida por la derrota que no estaba dispuesta a perdonar.

Y, pese al plomo de ETA, se hizo la Transición.




Ya en el siglo XXI, como en otros países del sur de Europa, en España aparece una anacrónica, e inesperada, izquierda populista que prolonga ad infinitum una ya grotesca fase de no aceptación de la muerte del marxismo. Con una actitud vengadora, reavivando el espíritu de las revoluciones perdidas y rechazando los consensos de la Transición, negándose a aceptar la modernización que significó el paso a la socialdemocracia. Felipe González en aquellos años tendió un puente hacia el siglo XX a la generación anterior y estos, hijos o incluso nietos, ahora se manifiestan contra aquello con un rechazo desafiante. Se apoyan en los errores de los últimos años del felipismo para sentirse reafirmados en su tozudez. Ahora vemos que con el paso de los años, aquella reducida pero muy activa disidencia hostil, se dedicó con ahínco a adoctrinar desde sus tribunas a las nuevas generaciones. Perpetuaron el rencor histórico. Obviaron el perdón de sus compañeros y centraron su discurso en un resentimiento inmovilista. Y así ha nacido ahora una izquierda reaccionaria, que combate desde el odio. Se ha creado lo que podemos llamar, desde el punto de vista intelectual o del activismo político, una izquierda maquis.[3]





Así pues, ya desde el franquismo y tras la Transición, tenemos por un lado el empecinamiento de esta izquierda maquis. Mantienen sin una posible redención el sempiterno discurso emocional: “Nos humillaron. Sentimos orgullo y rabia. Somos humanos. No perdonamos ni olvidamos.” No debemos minusvalorar su dolor. Pero ¿hasta cuándo ha de durar el resentimiento? ¿No pudo superarlo Carrillo que era participante activo y que fue beneficiado por el perdón?
 Y por otro lado tanto en Cataluña como en el País Vasco, por encima de los posibles motivos políticos y económicos, siempre se ha vendido el nacionalismo como un hecho eminentemente sentimental: “Somos diferentes. Tenemos una cultura propia. España nos roba. Tenemos que ser libres.” Pero ¿tiene ese nacionalismo excluyente sentido fuera de supuestas ventajas económicas? ¿Y realmente tiene ventajas económicas? Como decía Pla: “El catalanismo no debería prescindir de España porque los catalanes fabrican muchos calzoncillos, pero no tienen tantos culos”. Y ahora España, no es sólo este territorio, ahora también es la Unión Europea.
En ambos casos no hay un discurso racional, sólo sentimental. ¿Y cómo podemos luchar contra los sentimientos? La vía emocional es un buen recurso. No necesita de argumentos. Emocionarse y sentir no requiere de grandes esfuerzos. No necesita de formación ni de estudios. El sufragio es universal. Y todo el que se emociona vota. (Quizás esto sí que haya de cuestionarse.) A veces parece que sólo hay una solución, la que propone Pablo Iglesias. Pero yo no creo en guillotinas. Ni creo que fueran necesarias antes, ni mucho menos ahora. Si su concepto de democracia es ese, no lo comparto en absoluto. Vamos en diferentes barcos. Sí creo en que hay que buscar nuevos caminos. Y ponerle imaginación para encontrarlos. 
Me remito a estas palabras de Bertrand Russell, un notable ateo de la izquierda más intelectual, quizás a él le puedan hacer caso:



La Constitución sí necesita algunas reformas. Pero tal vez no sean precisamente las que estos grupos desean. Pero sobre eso ya escribiré en las próximas entradas de este blog. Será un honor si me acompañan en el camino. 





[1] Por más que la historiografía oficial progresista ha tratado de relativizar la situación, en algunos casos describiendo la II República casi como una Arcadia feliz, lo cierto es que leyendo discursos de personajes como Largo Caballero, uno de los líderes del PSOE del momento, nada indica que no hubiera sucedido algo similar o incluso más duro si gana el Frente Popular la guerra. Guerra que tarde o temprano hubieran iniciado unos u otros. Todo indica que simplemente los militares conservadores se adelantaron y ganaron.
[2] En varios artículos de la Constitución los territorios están por encima de los ciudadanos. Esto, por ejemplo, da como resultado que hay circunscripciones, como Soria, en las que se consigue un escaño con poco más de doce mil votos, mientras que en Madrid se necesitan más de cien mil.
[3] También hay que tener en cuenta que la LOGSE de Rubalcaba y el zapaterismo (que fue un pueril retorno al espíritu de las Nuevas Izquierdas de los sesenta) hicieron el resto. El PSOE, en cierto modo, fecundó el huevo de su propia serpiente. 

domingo, 4 de diciembre de 2016

Mujeres heridas: notas sobre un artista wabi-sabi.


Quizás sea Mujeres heridas una de las películas más complejas y emotivas de Gonzalo García Pelayo. Con Mujeres heridas, Gonzalo, que casi nunca parte de un texto propio, consigue una vez más hacer suyas las palabras de los otros. Y en esta ocasión va mucho más lejos, con esta película logra una unidad conceptual a través de una multiplicidad de discursos. Discursos que no sólo aparecen en la habitual manera secuencial y dialogada de los personajes convencionales de un film, sino que surgen a través de diversas formas. Sí, hay personajes que hablan, pero también hay voces en off que relatan historias, no necesariamente propias (las voces mutan de la edad y sexo del narrador real), aparecen intertítulos que ocupan toda la imagen o impresiones simultáneas, divergentes o paralelas al discurso sonoro. Constituyendo el conjunto un, a veces apabullante, maremágnum de ideas que se suceden. Estando tal vez en esa confusa forma el verdadero mensaje. Es cierto que en una primera capa todo puede aparentar que se reduce a un dualismo: Oriente y Occidente, mujeres y hombres (casi ausentes en presencia física, salvo un filósofo), presente y pasado, lo que se vive y lo que se recuerda. Pero según avanza su exposición los discursos se van multiplicando, entrecruzando, sobreponiendo, como sería para un ser omnisciente la misma realidad. El mundo como circo de dos, tres, cuatro y a veces incontables pistas.
Desde el punto de vista formal en un primer momento parece ser la culminación de la trilogía iniciada con Niñas. Esa fuente inagotable de conocimiento enciclopédico sobre cine español que es Javier Redondo Martín, comentó que veía cierta conexión entre las dos primeras piezas de la trilogía con la ochentera serie Vivir cada día. Y descubro que, efectivamente, se cumplen justo 20 años de la participación de GGP dirigiendo uno de sus episodios: Tres caminos al Rocío. En este docudrama[1] Gonzalo relata el viaje de tres grupos de personas que peregrinan en invierno al Rocío. Uno de ellos, que está compuesto íntegramente por mujeres, adelanta de alguna manera el espíritu de lo que dos décadas después será la trilogía Niñas. Salvo que en este caso hay una “niña” que por edad convertiría la saga en tetralogía. No sé si veremos esas Niñas 4.
Mujeres heridas es la película de GGP en la que la filosofía está más presente de toda su filmografía. Tanto en forma como en fondo. Y quizás esto se introduce como contraste al ser la más emocional. Tenemos a mujeres que exponen sus sentimientos ante circunstancias adversas de la vida. Y tras la emocionalidad, o junto a ella, surge la racionalidad. Tenemos a Platón y el ideal de belleza y perfección. Pero también tenemos el concepto oriental del Wabi-Sabi, que sería algo así como la belleza de lo simple, imperfecto y transitorio. De alguna manera corresponde al “todo fluye” de Heráclito. Todo cambia, todo permanece. Y en medio de todo, entre Oriente y Occidente, la visión compasiva del cristianismo, el amor al prójimo. El pobre, el débil, el marginado, como hermoso y protagonista. La idea de que los últimos serán los primeros. Es curioso que el único personaje masculino que aparece sea un filósofo. Racional, pero no materialista, sino cristiano. Y, por encima de todo, aparecen los vínculos emocionales de la familia, absolutamente matriarcal, como elemento de cohesión.
Si el cine abandonó a GGP a principio de los ochenta, la fuerza con la que él ha retomado las cámaras tres décadas después, está logrando que cada vez más adquiera un oficio que va mucho más allá del de realizar películas convencionales. GGP de forma ascendente está redefiniendo y depurando, construyendo y desconstruyendo, experimentando y afianzando, un medio de expresión propio alejado de todo convencionalismo. Una forma de arte estrictamente personal, con reglas propias, libre de apropiacionismos, y ajena a tendencias y modas. Como ya he dicho en alguna otra ocasión, y ahora me reafirmo, Gonzalo García Pelayo es su propio género.
Y además de todo esto, en esta ocasión, emociona.



[1] Agradezco la cortesía de GGP al incluirlo en su canal de YouTube. https://youtu.be/gQBd0_EtfuU

sábado, 3 de diciembre de 2016

El techo de Podemos es Fidel.



“Es en la actitud hacia Cuba y hacia los nuevos Estados de África donde ha de ponerse a prueba el significado de la madurez intelectual y del final de la ideología. Porque dentro de la Nueva Izquierda hay una alarmante disposición a hacer tabula rasa, a aceptar la palabra “revolución” como absolución frente atropellos, para justificar la supresión de derechos civiles, y a la oposición, en suma, para borrar las lecciones de los últimos cuarenta años con una alegría aterradora.” Daniel Bell, “El final de la ideología”, 1960.[1]

A Podemos le gusta la monarquía parlamentaria... sueca.
¿Podemos considerar como aceptable cualquier sistema político que alcanza sus objetivos partiendo de la destrucción o sometimiento del adversario para imponer de forma unilateral sus reglas del juego? ¿Podemos considerar como aceptable un sistema político que impone una única verdad como buena nueva que hay que aceptar y que a cualquier disensión se responda con la muerte, represión, cárcel o exilio? ¿Podemos aceptar en una democracia a quienes toman esto como referente? En definitiva, en la España del siglo XXI ¿podemos aceptar a Podemos? ¿Cuál es el modelo real de convivencia que propone Podemos? ¿La revolución castrista o la evolución sueca? Si ponen de modelo a Suecia ¿por qué desdeñan a la Monarquía, si Suecia lo es? Si se consideran profundamente democráticos ¿por qué valoran tanto el sistema cubano? ¿Dónde está la democrática oposición en Cuba? ¿En el exilio?
Que Pablo Iglesias, el líder de la “nueva” Nueva Izquierda española (sic), tenga como referente al dictador cubano Fidel Castro es uno de los más evidentes indicios de lo reaccionaria de su propuesta. Escuchar a Iglesias (afortunado apellido) en cualquiera de sus intervenciones es como estar delante de un telepredicador iluminado en pleno éxtasis. Es tener la oportunidad de viajar en el tiempo, y poder asistir a una de las soflamas de Savonarola incitando a sus hipnotizados acólitos a participar en una mediática hoguera de las vanidades del capitalismo contemporáneo.
Podemos hunde sus raíces en el pensamiento de la izquierda desnortada post-estalinista de finales de los cincuenta. Y realmente no existe en ellos una excesiva renovación del trasnochado discurso, sólo que han logrado añadir las aportaciones de miríadas de facciones de la izquierda indefinida[2], que se hallaban enfrascadas en sus eternas luchas fratricidas, al menos eso es un logro novedoso. Por lo demás no deja de tener un auténtico encanto vintage poder escuchar sus diatribas, ya que es como transportarse a un campus universitario sesentero, sentirse por unos momentos rodeado de hippies oliendo a patchouli y marihuana. Eso que pudimos añorar haber vivido viendo películas de la Nouvelle Vague o documentales políticos de la época. Salvo que ahora llevan dispositivos de Apple y se han adaptado a la perfección al espíritu de los tiempos. Ahora saben y pueden adoctrinar sus simplezas no sólo en los mass media tradicionales, sino que también en las nuevas redes sociales, de las que son especialistas y maestros. Es el salto mortal de la propaganda a base de multicopista y reuniones clandestinas a la era digital 2.0.
Desde su nacimiento, las caras más visibles de Podemos, han tratado de suavizar sus aristas más totalitarias fingiéndose ser transversales. Es el poco de azúcar de las píldoras de Mary Poppins.
¡Con un poco de azúcar esa píldora que os dan...!
Tratando así de captar un voto moderado de personas cabreadas y hastiadas por la crisis y los numerosos casos de corrupción, en algunos casos multimillonarios, y más escandalosos para ellos si vienen de quienes se dicen de izquierdas. Sin embargo no han podido ocultar su origen real durante mucho tiempo. Por más que hayan tratado de desviar su discurso a que la cuestión no era luchar en un eje de izquierdas y derechas, sino de arriba y abajo. Pero a Iglesias no le puedes tocar las palmas porque no tarda en arrancarse por bulerías. Cogido en numerosas contradicciones y mentiras, tras declararse socialdemócrata y tener unos resultados no todo lo satisfactorios que esperaba (no logró su soñado sorpasso al PSOE) termina uniendo su formación a Izquierda Unida (otra coalición de coaliciones de agrupaciones cainitas) y, ya desvelada su estrategia, pincha en hueso perdiendo más de un millón de votos en su segunda puesta de largo electoral.
Podemos NO pudo... Y se hizo el silencio.
Si hasta hace poco había estado mirando hacia otro lado cuando le preguntaban por su pasado chavista, ahora, con la muerte de Fidel no ha podido resistirse. A Pablo Iglesias, el moderado transversal, el socialdemócrata que quiere empoderar a los de abajo contra los de arriba, Fidel Castro le parece un referente de la dignidad y de la resistencia soberana. Sí, la resistencia soberana al poder al que se aferró Fidel durante 56 años.
Visto lo visto, recemos para que esta gente no llegue nunca al poder… Porque yo no sé a ti, pero a mí el calor húmedo de Miami no me sienta nada bien.
“Cuando se suprime un derecho se termina por suprimir todos los demás derechos, desoyendo la democracia. Las ideas se defienden con razones, no con armas. Soy un amante de la democracia”. Fidel Castro, declaraciones a la prensa una semana después de la entrada en La Habana, 7 de enero de 1959.
Y pasados unos días…





[1]  El final de la ideología, Daniel Bell. Alianza Editorial, 2015. ISBN 9788491040354

[2] El mito de la Izquierda, Gustavo Bueno. Ediciones B, Barcelona 2003. ISBN 84-666-1109-6

sábado, 26 de noviembre de 2016

Fidel Castro, los miedos y el siglo XX.

Los manuales elementales de historia dividen, clasifican, trocean y categorizan como si el tiempo pudiera separarse en espacios estancos para su mejor estudio. Lo que resulta al final es un relato sencillo y comprensible, aunque la realidad siempre sea mucho más compleja. Así que no voy a iniciar mi discurso de forma diferente. Sino que, amoldándome y estirando esa manera de ver el mundo, diré que hoy oficialmente podemos considerar que por fin el siglo XX se ha terminado en Cuba. Ya que, pese a que ya estamos bien entrados en la segunda década del nuevo milenio, es ahora, con la muerte de Fidel, que podrá existir la posibilidad de que se termine el casi eterno mannequin challenge (reto del maniquí) que ha congelado el tiempo en el cálido país caribeño. 
Posiblemente en la persistencia de Castro en el poder tienen mucho más que ver las cuestiones humanas que las políticas. Tanto por parte suya, como por parte de quienes le apoyaron. Tanto por los que permanecieron con él en el poder, como por los cubanos que no salieron al exilio. Fidel Castro era un líder eminentemente emotivo, más que racional, aunque pretendiese parecerlo. Por eso siempre sus seguidores se han referido a él por su nombre propio, Fidel, como si de alguien familiar o cercano se tratase: el gran padre benefactor de la patria.
Es muy significativo su inicial cambio de rumbo, tras negar en los primeros tiempos repetidamente ser comunista, a proclamarse en público marxista-leninista tan sólo dos años después. Cuando poco antes él en persona, o a través de Raúl Roa, su ministro de Asuntos Exteriores, poco menos que declaraban que ellos no eran ni comunistas ni capitalistas, sino humanistas. Tras la toma del poder plantear unas elecciones libres en Cuba quedó en el olvido durante décadas.


Es también significativa su terca negativa a permitir una transición democrática con un retiro dorado en Galicia ofrecido por Manuel Fraga, a principios de los años noventa cuando el bloqueo estadounidense se recrudecía. Si lo aceptaba tendría que ceder en su orgullo, reconocer su fracaso y podía temer por cómo sería su vida a partir de entonces en una jaula dorada. A Fidel, posiblemente, con tan sólo imaginar estar lejos de su zona de confort en la isla le asaltaban todos miedo del tirano.
Pero el peor miedo queda a los que esperan. ¿Qué pasará ahora en Cuba? ¿Se convertirá en un nepotismo socialista a imagen del de Corea del Norte? ¿O Raúl iniciará modestamente una perestroika a la cubana? ¿O tendremos también que esperar a que muera Raúl?

Comunista o socialdemócrata: a gusto del consumidor.
Viendo las reacciones a su muerte desde la España del siglo XXI, lo que asusta es que este fracaso colectivo y personal no se quiera ver; que se niegue; que se mire hacia otro lado; que se alabe su legado; y que no se acepte por parte de cierta izquierda la triste realidad de Cuba. Esa izquierda española que no acepta a un rey constitucional, que es una mera figura representativa, por no haber sido sometido a votación. Pero que sí acepta a Fidel Castro con honores, pese a mantener un poder dictatorial real y efectivo durante décadas, alcanzado a través de una revolución guerrillera y que nunca se sometió a la decisión colectiva de su pueblo a través de unas elecciones plurales y libres.
Ahora sólo nos queda esperar.