sábado, 26 de noviembre de 2016

Fidel Castro, los miedos y el siglo XX.

Los manuales elementales de historia dividen, clasifican, trocean y categorizan como si el tiempo pudiera separarse en espacios estancos para su mejor estudio. Lo que resulta al final es un relato sencillo y comprensible, aunque la realidad siempre sea mucho más compleja. Así que no voy a iniciar mi discurso de forma diferente. Sino que, amoldándome y estirando esa manera de ver el mundo, diré que hoy oficialmente podemos considerar que por fin el siglo XX se ha terminado en Cuba. Ya que, pese a que ya estamos bien entrados en la segunda década del nuevo milenio, es ahora, con la muerte de Fidel, que podrá existir la posibilidad de que se termine el casi eterno mannequin challenge (reto del maniquí) que ha congelado el tiempo en el cálido país caribeño. 
Posiblemente en la persistencia de Castro en el poder tienen mucho más que ver las cuestiones humanas que las políticas. Tanto por parte suya, como por parte de quienes le apoyaron. Tanto por los que permanecieron con él en el poder, como por los cubanos que no salieron al exilio. Fidel Castro era un líder eminentemente emotivo, más que racional, aunque pretendiese parecerlo. Por eso siempre sus seguidores se han referido a él por su nombre propio, Fidel, como si de alguien familiar o cercano se tratase: el gran padre benefactor de la patria.
Es muy significativo su inicial cambio de rumbo, tras negar en los primeros tiempos repetidamente ser comunista, a proclamarse en público marxista-leninista tan sólo dos años después. Cuando poco antes él en persona, o a través de Raúl Roa, su ministro de Asuntos Exteriores, poco menos que declaraban que ellos no eran ni comunistas ni capitalistas, sino humanistas. Tras la toma del poder plantear unas elecciones libres en Cuba quedó en el olvido durante décadas.


Es también significativa su terca negativa a permitir una transición democrática con un retiro dorado en Galicia ofrecido por Manuel Fraga, a principios de los años noventa cuando el bloqueo estadounidense se recrudecía. Si lo aceptaba tendría que ceder en su orgullo, reconocer su fracaso y podía temer por cómo sería su vida a partir de entonces en una jaula dorada. A Fidel, posiblemente, con tan sólo imaginar estar lejos de su zona de confort en la isla le asaltaban todos miedo del tirano.
Pero el peor miedo queda a los que esperan. ¿Qué pasará ahora en Cuba? ¿Se convertirá en un nepotismo socialista a imagen del de Corea del Norte? ¿O Raúl iniciará modestamente una perestroika a la cubana? ¿O tendremos también que esperar a que muera Raúl?

Comunista o socialdemócrata: a gusto del consumidor.
Viendo las reacciones a su muerte desde la España del siglo XXI, lo que asusta es que este fracaso colectivo y personal no se quiera ver; que se niegue; que se mire hacia otro lado; que se alabe su legado; y que no se acepte por parte de cierta izquierda la triste realidad de Cuba. Esa izquierda española que no acepta a un rey constitucional, que es una mera figura representativa, por no haber sido sometido a votación. Pero que sí acepta a Fidel Castro con honores, pese a mantener un poder dictatorial real y efectivo durante décadas, alcanzado a través de una revolución guerrillera y que nunca se sometió a la decisión colectiva de su pueblo a través de unas elecciones plurales y libres.
Ahora sólo nos queda esperar.