martes, 31 de enero de 2017

El animalismo como peligro social, III: Una nueva Inquisición.


La zoofilia emocional es un mal negocio del alma, por mucho que se le ponga el eufemístico nombre de "animalismo". David Romero, periodista.



A finales de septiembre de 2016 una amiga enlazó en Facebook uno de esos pretendidamente emotivos vídeos animalistas que nos invaden, en el que se “invitaba” (por no decir conminaba) a un trabajador a cambiar su caballo de tiro por un motocarro, y ella comentaba que estaba en desacuerdo ante aquel disparate. El vídeo era una sucesión de despropósitos de principio a fin. Una absurda y sensiblera antropomorfización animal, atribuyendo al equino una suerte de prodigiosas cualidades cognitivas.


El vídeo tiene su gracia, porque sintetiza en algunos aspectos la “solidez” del pensamiento animalista (si esto no se trata de un oxímoron). El inicio ya promete: “Tras haber pasado años y años bajo el yugo de las riendas…” ¿¡Yugo de las riendas…!? Y tras esto añaden: “obligado a realizar todos los días inhumanas tareas de carga…”!!!??? ¿¡Tareas INHUMANAS!? ¿Podría un caballo hacer tareas humanas? ¿Es que acaso sugieren que el propietario tenía la obligación moral de haber matriculado al animal en el “colegio de potrillos” para que ahora estuviese trabajando de registrador de la propiedad intelectual, y no “obligado a realizar inhumanas tareas de carga”? Y continúa con una sorprendente conclusión, sacada quizás a través de una misteriosa hermenéutica equina de la que está dotada la autora del texto: “este caballo descubre por fin lo que es la libertad”. ¿Estamos ante un equino que tiene sentido del ser? ¡Esto es un descubrimiento que pone a la etología y a toda la ciencia patas arriba! Tenemos que dar las gracias a una asociación animalista argentina, que ha librado a este caballo prodigioso del yugo opresor de una “situación insufrible” y le ha permitido “sentirse libre de sus ataduras”, acto que como es buen sabido lleva a los caballos a un irrefrenable deseo de revolcarse por el suelo “para sentir el calor y el olor de la tierra y para sentir esa sensación que se experimenta al recuperar la movilidad y la felicidad”… ¡Qué raro que no tengamos una palabra específica para esta sensación tan conocida! Y raro es que no soltara el caballo unas hermosas boñigas como acto simbólico final. Ya que sus desechos reciclables iban a ser sustituidos por la maravillosa humareda de combustibles fósiles del nuevo vehículo de su ¿podemos decir “propietario” o eso degrada al caballo a la categoría sartriana de “ser en sí”?
Hasta aquí todo normal. El animalismo radical siempre me recuerda a Chesterton cuando decía aquello de que: “Cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa.” Tener fe en la racionalidad de las emociones de los animales cabe perfectamente en esas otras cosas probables. Y entonces apareció en el muro una perrista[1] amiga común (tras esta serie de artículos, examiga) que empezó a defender los “derechos” del animal y la obligación moral del dueño de usar un vehículo de tracción mecánica para no causarle sufrimiento. Y cuando alguien le indica que lo de revolcarse en el suelo es un acto reflejo habitual en los caballos, y que no parecía que este sufriera ni hambre ni maltrato, nuestra perrista concluyó, muy segura de sí misma, que eso era también una muestra de su gozo por la liberación: “Y feliz de no estar con el yugo… Créeme… Mucho mejor una carretilla a motor que un caballo.”Y feliz de no estar con el yugo... Créeme... Mucho mejor , una carretilla a motor que un caballoY feliz de no estar con el yugo... Créeme... Mucho mejor , una carretilla a motor que un caballoY feliz de no estar con el yugo... Créeme... Mucho mejor , una carretilla a motor que un caballoY feliz de no estar con el yugo... Créeme... Mucho mejor , una carretilla a motor que un caballo Emplear ese verbo y en ese modo, “créeme”, me resultó significativo. Tener el convencimiento de que el caballo se encontraba “disgustado” con su labor de tiro es una exégesis de un cariz cuasireligioso, del que desconocemos si existe algún fundamento científico. Pero tenemos que creerlo.
Investigando el origen del vídeo descubro que existe un movimiento en Argentina, y en otros países de Iberoamérica, en el que se insta a los “recuperadores de residuos” (cartones, metales…) a abandonar sus carros tirados por caballos a cambio de motocarros. Es curioso que unos trabajadores del reciclaje, movimiento aceptado y compartido por el ecologismo, tengan que dejar de usar un medio de transporte sostenible y cambiarlo por uno contaminante a base de combustibles fósiles. Y no sólo es contaminante, sino que además esta intervención arbitraria está perjudicando abiertamente a los trabajadores. Los modestos recuperadores no pueden cargar tanto en los motocarros, con lo que se menguan sus escasas ganancias, y tal vez no tengan dinero suficiente para pagarse el permiso de conducción, ni los seguros, ni el combustible. En definitiva, a los recicladores los animalistas les han jodido la vida. Un capricho sentimental religioso urbano en contra de los más desfavorecidos, que no son los animales, sino nuestros propios congéneres humanos.




En un sorprendente giro, la escisión de los animalistas del ecologismo me recuerda al nacimiento del fascismo en Italia. Ya no defienden la pureza de los ecosistemas. Ahora prefieren la contaminación de los combustibles sólidos al sostenible tiro animal, que pasar a ser un acto inmoral. Han llegado a la mayoría de edad. Como cuando Mussolini abandona el Partido Socialista Italiano y funda su propio partido con sus nuevas ideas.
Puede parecer una broma exagerada, pero desde hace algún tiempo no lo está siendo tanto. Los actos de boicot en espectáculos públicos son cada vez más numerosos y frecuentes. Y ya no es un perrista aislado que no recoge los excrementos de su chucho. Ya no pueden limitarse a atribuir esa mala acción a un maleducado excepcional, porque en estos momentos ya se trata de hordas organizadas. Ahora, para defenderse de la sinrazón, tendrán que desvincularse individualmente de los actos y refugiarse en el principio clásico de que la societas delinquere non potest[2]. Aunque lo cierto es que cada vez son más frecuentes las acciones animalistas que vulneran la legalidad o el respeto cívico que son jaleadas sin pudor por auténticas jaurías desde las redes sociales. Y es raro que haya un animalista que las condene o al menos no justifique. Porque no es lo mismo manifestarse a la puerta de una plaza de toros a directamente impedir “pacíficamente” que esta se celebre, como ya ha pasado.


O, lo que es mucho más grave: no es lo mismo protestar contra los circos con animales, que agredir directamente a los domadores y otros trabajadores del circo.




Cinco animalistas detenidos por asaltar un circo en plena función y dejar a un domador inconsciente.


Ensoberbecidos por su supuesta superioridad moral cada vez más grupos animalistas en defensa de sus creencias bordean la ley y el respeto cívico, llegando a cometer faltas punibles e incluso delitos penables.
Sería injusto acusar a todos los ardorosos defensores de los animales de tener malas intenciones. Aunque tampoco sería justo pensar, sin dejar ningún espacio para la duda, que están cargados de razones y argumentos sólidos. Porque ¿en qué se basa esta ardorosa defensa animal? ¿Por qué existe esa identificación demencial con bestias con un escaso desarrollo del neocórtex? Como ya decía en la primera parte de este tríptico[3], se trata de una creencia atávica forzada por el aislamiento social y afectivo de las nuevas sociedades. Una comunicación estrictamente emocional que acaba generando una identificación grotesca, pero entendible como humana. Es un casi literal retorno a la caverna. El animalismo, tal y como están las cosas, se ha convertido en una necesidad emocional irrenunciable entre sus adeptos.
Aun entendiendo todo esto, no podemos aceptar sus objetivos e imposiciones dándoles la misma altura moral que tuvieron los que buscaron abolir la esclavitud, pedir el sufragio femenino o el respeto a los homosexuales. Porque sería igualar a los animales a las personas, o rebajar a las personas a la altura de los animales. No se trata de una ampliación del marco moral, sino de una degradación del mismo. Se trata de una distorsión del significado del contrato social. Los derechos nacen de la responsabilidad de ciudadanos con deberes. Por esto los animales no tienen ni pueden tener derechos. Al menos esto sucederá así hasta que puedan pedirlos por ellos mismos. Otra cosa es que, por cercanía, en especial a los de compañía, les podamos tratar con deferencia. Pero no “argumentando” que es porque se trata de un ser vivo, porque seres vivos son las bacterias o los insectos y con ellos no podemos plantear la compasión[4]. Ni siquiera por ser “seres vivos sintientes”, porque entonces no nos protegeríamos de las plagas de ratas y ratones. ¡O de los tigres en aldeas de la India! Pero ¿cómo podemos hacerles entender esto a los animalistas si el pensamiento sentimental flota impermeable sobre la racionalidad estricta y desapasionada?
No es tiempo de abrir más frentes de disensión. Vuelven a existir demasiadas tensiones en el mundo. Fundamentalismos, populismos, totalitarismos, guerras… Lo único que podemos hacer es escucharles, tratar de entender sus motivos, aunque no podamos compartirlos. Para la convivencia tendremos que llegar entre todos a un punto aceptable de tolerancia. Y ellos tendrán que entender que su emotividad no puede convertirse en norma social.
Los animales domésticos son eso. Seres que se han criado y adaptado para satisfacer las necesidades humanas. ¡No existirían si no hubiesen sido creados para eso! El uso que se haga de ellos ha de ser racional. Y esto ha de ser así para todos. El trato de un domador de elefantes o caballos no tiene por qué ser peor que el de un perrista urbano le da a su can. Y lo cierto que el de estos últimos, que no viven de ello, sea inconscientemente peor. ¿Te imaginas tener que aguantar diez horas encerrado en una casa sin poder salir a mear hasta que alguien te saca a la calle? ¿Imaginan si surge un grupo radical liberacionista que postule que los dueños de mascotas en las ciudades maltratan a sus animales y que es mejor que todas las bestias estén libres en la naturaleza que es lo que les corresponde? ¿Hasta dónde llegaríamos por ahí? ¿No pedirían los animalistas una protección de sus derechos? ¿Es que es acaso menor el derecho de un adiestrador de animales que el suyo como “zoofílico emocional”?
Y por otro lado está la cuestión taurina… Pero eso ya es un tema muy largo y complejo que quizás trate más adelante. No quiero más guerra por ahora. Porque como decía Jean Renoir a través de su personaje Octave en La regla del juego: “En este mundo hay una cosa terrible, y es que todos tenemos nuestras buenas razones.”[5]



[1] Ella misma se niega la condición de animalista, pero su insistencia con los perros no se puede obviar.
[2] Locución latina usada en Derecho. Literalmente, “la sociedad no puede delinquir”.
[3] http://orlandoddrago.blogspot.com.es/2016/12/el-animalismo-como-peligro-social-i-una.html
[4] También son seres vivos los embriones humanos, pero ese es un melón que no voy a partir aquí ni ahora.
[5] Ce qui est terrible sur cette terre, c’est que tout le monde a ses raisons.

sábado, 21 de enero de 2017

Rajoy, Iglesias, Rivera y (tal vez) Sánchez: Tahúres en la timba.


Dedicado a Gonzalo García Pelayo.



El ajedrez es un juego eminentemente racional. Se parte de un estricto marco de referencia. Ocho por ocho, sesenta y cuatro escaques. Hay unas reglas, unas piezas, unos movimientos, unas casi infinitas combinaciones de situaciones posibles. Y, a partir de la apertura, cada acto tiene sus consecuencias. Los errores pueden afectar emocionalmente a los jugadores, pero ha sido a partir de una decisión racional errónea. Por todo esto el ajedrez se ha identificado como una metáfora de la vida y, en especial, de la política. Sin embargo la vida y la política tienen mucho más de sentimental que de racional. Y por esto quizás no sea el ajedrez sino el póquer el que esté más cerca de reflejar tanto una como la otra.
Los que no lo conocen piensan en el póquer como un juego de azar. Y el azar, como en la vida, existe, pero no es tan determinante como la mayor parte de la gente cree. Al principio a todos se nos dan unas cartas que nadie más ve, sólo hay que saber jugarlas. Lo que de verdad importa en el póquer (y en la vida) son las emociones. Poder controlar las propias y saber manipular las ajenas.
Hay un viejo aforismo en el póquer que dice que tardas cinco minutos en aprender sus reglas y toda una vida en dominarlas. Es cierto. Si dispones de ese tiempo, y quieres hacerlo, puedes ver una aproximación en el vídeo que enlazo a continuación[1]. Pero esto no es el objeto de este artículo. Aquí lo que propongo es otro juego.


Existe una serie de tendencias prototípicas que se repite entre los jugadores de póquer. Y a partir de esto voy a tratar de hablar de los vicios privados y públicas virtudes de los principales candidatos de los cuatro grandes partidos de las dos últimas elecciones[2]. O, dicho de otra manera: ¿cómo serían los principales actuales políticos si fueran jugadores profesionales?
Empezaré en orden ascendente, del que menos votos recibió al que más. Es una cuestión estrictamente matemática, que no haya suspicacias. En cualquier caso creo que ninguno de nuestros actuales políticos sería un gran jugador de póquer real. Aunque sí hemos tenido algunos en la democracia. Todo indica que Adolfo Suárez, por ejemplo, fue un buen jugador. Alfonso Guerra llegó a decir de él que “lo vestiría como a un tahúr del Mississippi”. González y Aznar también fueron buenos jugadores, menos sutiles que el Duque, pero no por ello menos tiburones[3]. Y, por lo que cuentan las noticias, parece que Jordi Pujol también jugó bien sus cartas mientras no le pillaron el farol.

Albert Rivera, el “calling station”.
Es el más joven de nuestro actuales líderes nacionales, y sin embargo no es el más inexperto. Con tan sólo 36 años tiene ya algo más de una década de experiencia en el ruedo político a sus espaldas. En su Cataluña natal salió al ruedo político con firmeza. Podemos decir que ciertamente comenzó apuntado maneras de aprendiz de tiburón. Pero con su llegada a Madrid se ha desinflado un poco. Digamos que ha sufrido de un inicial miedo escénico al pasar a la Primera División. Con su llegada al Congreso ha pasado a tener una actitud de “calling station”[4].

Este tipo de jugador, también llamado loose-passive[5], es el que se apunta a todas las manos. Confía en que la suerte haga que cualquier par de naipes que lleve combinen con los que aparecerán en la mesa. Por eso lo mismo le da llegar a un acuerdo con el PSOE que con el PP, lo importante es tener la posibilidad de entrar en el juego. Este tipo de estrategia es perdedora a largo plazo. Así perdió casi un 1% de su bankroll[6] (votantes) entre la primera y segunda ronda de nuestras fallidas elecciones 2015/2016. Pero Rivera es joven, tiene muchos años por delante, y quizás algún día vuelva a sacar peligrosamente su aleta dorsal a la superficie.

Pablo Iglesias, el maníaco.
Iglesias es sólo un año mayor que Rivera. Pero su experiencia en la política profesional activa es muy inferior, poco más de dos años y medio. Aunque hay que tener en cuenta su larga trayectoria como activista y su experiencia en la Facultad de Políticas, que podríamos equiparar a un perfil muy actual dentro del mundo del póquer contemporáneo: el loose-aggressive[7] proveniente del juego online.

El loose-agressive, también conocido por maníaco, se trata de un tipo de jugador muy peligroso. Su juego, extremadamente agresivo, lo mismo puede darle grandes ganancias que grandes pérdidas. Así vemos como tras su entrada triunfal en la “primera ronda” de 2015 sacó algo más de seis millones de votos, pero en la “segunda vuelta” apenas sacó algo más de cinco (y eso que iba en coalición con la ya casi difunta Izquierda Unida). Estas pérdidas le pueden afectar psicológicamente, lo que se conocer en el argot entrar on tilt[8], o “tildarse”, es decir sufrir un estado de ánimo alterado por un tropiezo inesperado que impide tomar buenas decisiones. Quizás fue eso lo que provocó la desaparición de Iglesias durante unos días tras la segunda ronda, en la que estaba convencido que daría un sorpasso al PSOE. Y tal vez sería la decisión de coaligarse a Izquierda Unida, una add-on[9] que tal vez provocaría su bad beat[10].
Se sobrevaloró como jugador. Pero jugar muy por encima de sus posibilidades es la marca de la casa. Como cuando pretende representar la voz del “pueblo” y nunca haber sacado mucho más de un 14% del voto total. No ser consciente de las odds[11] reales hace que Pablo Iglesias sea un “maníaco” de libro.

Pedro Sánchez, “fish” es “fish”.
Sánchez es el segundo candidato más veterano de todos (en edad y experiencia). Pero también es el que ha tenido una trayectoria menos brillante. Casi toda su trayectoria política surgió de rebote. Podríamos decir que lo suyo ha sido más el “bingo-póquer”.

Pedro Sánchez se presentó por primera vez a unas elecciones municipales en 2003 con 31 años. Y perdió. Pero al año, tras la dimisión de dos concejales de su partido, consigue entrar. Primer golpe de suerte. Tras unos años en esta posición se presenta por primera vez como diputado por Madrid en las elecciones de 2008. También las pierde. Un año después Solbes dimite y Sánchez, de nuevo de rebote, consigue entrar en el Congreso de los Diputados. En 2011 se presenta en las elecciones… ¡Y vuelve a no ser elegido! (No diré perder.) Pero, dos años después dimite Cristina Narbona… ¡¡¡y vuelve a entrar en el congreso de rebote!!! Se presenta a las elecciones como candidato a la presidencia el 20 de diciembre de 2015. Y saca los peores resultados porcentuales de la historia del PSOE en la actual democracia. A pesar de todo, y sin posibilidades matemáticas a favor, se presenta a la investidura apoyado por Ciudadanos. Y, naturalmente, pierde. Es la primera vez que un candidato a la investidura lo hace. Sólo un fish plantea un all-in[12] con todas las odds en contra. Y él lo hace. A pesar de todo no dimite ni lo cesan, y se vuelve a presentar en las elecciones del 26 de junio de 2016. Y entonces saca los peores resultados en cifras absolutas que ha tenido el PSOE desde 1977. Finalmente sus “inversores” fuerzan su dimisión y tiene que renunciar a su acta de diputado. Si eres un jugador mediocre sólo puedes jugar de forma autónoma en las grandes ligas si tienes el dinero que posee Guy Laliberté[13]. Pero si juegas con el dinero de otros y siempre pierdes, más pronto que tarde, te acabarán cortando el grifo de tu crédito. All-in. All-out.
Ganar al póquer con buenas cartas es fácil. Sobre todo si al descubrirse el flop[14] te salen las nuts[15]. Más complicado es ganar con cartas malas, eso es cosa de profesionales. Pero lo más difícil de todo para un novato es saber tirarse teniendo buenas cartas. Decir “no es no” con un par de ases en la mano es difícil. Pero hay que saber aceptar que, pese a tener algo que nos parece muy bueno, la combinación del rival puede ser mejor. Ese error es muy de fishes. Y es lo que le ocurrió a Sánchez. Intentó una colusión[16] pública con Rivera, y tal vez otra oculta con Iglesias, pero las outs[17] que le tenían que llegar de Podemos no aparecieron, y le salió mal la jugada. Hubo movimientos (o falta de ellos) que no se esperaba. Y es que como dice una vieja frase del mundo del póquer: "Si al cabo de un rato en una mesa no sabes quién es el fish, entonces el fish eres tú". Y esto es algo que Pedro Sánchez no tuvo en cuenta.

Mariano Rajoy, la roca.
Cualquier persona medianamente conocedora de póquer al ver superficialmente las acciones (o inacciones) de Mariano Rajoy en política diría que se trata claramente de un tight-passive[18] de manual. Es decir, se trata de un jugador que juega pocas manos, con poco riesgo y sólo cuando tiene buenas cartas en su mano. Al menos es eso lo que las apariencias muestran.
Si observamos los resultados de las últimas dobles elecciones vemos que en la ronda de 2015 sacó algo más de siete millones de votos (un 28,71%) y que en la segunda vuelta, ya en 2016, fue el único que tuvo un ascenso, con casi ocho millones de votos, es decir, aumentó un 4,3%, poniéndose en el 33,01%. ¿Cómo y por qué pudo lograr esto un jugador roca que apenas hace movimientos impredecibles?

Rajoy es el más veterano y con una trayectoria más dilatada en el tiempo de todos los jugadores de esta mesa. Comenzó como diputado gallego el 20 de octubre de 1981, con 26 años, igual que el joven Rivera. Y después: concejal por Pontevedra, presidente de la Diputación Provincial de Pontevedra, diputado en las Cortes por Pontevedra, vicepresidente de la Junta de Galicia, ministro de Administraciones Públicas, ministro de Educación y Cultura, Vicepresidente Primero, ministro de la Presidencia del Gobierno, ministro de Interior, Portavoz del Gobierno, de nuevo ministro de la Presidencia y, finalmente Presidente del Gobierno. En definitiva, más de 35 años de experiencia en la arena política.
El primer intento de Rajoy para alcanzar la presidencia terminó con un terrible bad beat. Quizás por eso los inversionistas del PSOE pensaron que repetir con un jugador con características similares a las de ZP en 2015 volvería a ser una buena idea. Pero la suerte es caprichosa, y el póquer es mucho más que un juego de azar. En 2015 el torneo español pasó de ser tipo heads up[19] a ser una mesa de cuatro jugadores, y en estos casos es un error no cambiar el estilo de juego. Las manos con las que podemos entrar en juego se reducen. En los torneos hay que saber adaptarse a los cambios.
Rajoy y sus asesores pudieron observar las características del juego de cada uno e inesperadamente usaron la estrategia del slowplay[20]. Se encontraban frente a jugadores jóvenes, llenos de ganas de apostar fuerte, sólo había que dejar que se estrellaran ellos mismos. En grandes torneos al principio siempre es mejor esperar a que el trabajo sucio lo hagan los otros. Un fish agresivo acaba siendo tragado por un fish con suerte. El pescado grande se come al pequeño. Y después sólo te queda un fish, y no dos, con el que lidiar. Y así fue.
El juego de Sánchez y de los otros era un juego straightforward[21], muy de corazón, casi mostrando sus cartas. Por eso fue un buen cambio de estrategia dar un paso atrás y aprovechar la fuerza del contrario. El aparentemente siempre previsible Rajoy se convirtió en un jugador tricky[22] creando una ansiedad de acción en sus fogosos contrincantes. Una vez logrado el patinazo volvió a convocar un nuevo torneo en el que acabó consiguiendo lo que quería. Aunque tuviese que negociar el reparto del fondo final de premios.
Y es que en la política (y en el póquer) la veteranía es un grado.





[1] La variante de póquer que usaré es la del Texas Hold’em. No tan conocida por el público ajeno al juego (que quizás se haya quedado en la variante de cinco cartas de las películas del Oeste) pero es la más popular entre los aficionados en la actualidad.
[2] Esto se escribe en enero de 2017. Con lo que me refiero a las elecciones generales que se celebraron en España el 20 de diciembre de 2015, y a las que se repitieron medio año después (casi a modo de segunda vuelta) el 26 de junio de 2016.
[3] Shark: En la jerga del póquer el shark (tiburón) es el más peligroso jugador de póquer. Es el prototipo ideal del profesional. Conservador y agresivo. Es selectivo con sus manos, y agresivo en sus jugadas.
[4] Calling station significa literalmente “llamando a la estación”.
[5] Loose-passive: Poco selectivo pasivo. Jugador que juega muchas manos de manera pasiva.
[6] Bankroll: Dinero que un jugador que tiene en la mesa disponible para jugar.
[7] Loose-aggressive: Poco selectivo agresivo. Jugador que juega muchas manos, entrando a ellas con apuestas muy fuertes.
[8] Tilt significa literalmente inclinar.
[9] Add-on: Recompra de fichas que pueden aumentar tu bankroll en un torneo.
[10] Bad beat: Perder una mano inesperadamente cuando creías que tenías la mejor combinación posible, siendo la de tu rival muy remota.
[11] Odd: Probabilidad matemática de mejorar la mano (o no) con las cartas que quedan por aparecer.
[12] All-in: Apostar todas tus fichas en una única jugada.
[13] Fundador del Circo del Sol y jugador de póquer aficionado con pérdidas millonarias.
[14] Flop: Las tres primeras cartas comunes que se muestran en la mesa.
[15] Nut: La mejor mano posible con las cartas que hay en la mesa.
[16] Colusión: Complicidad entre dos o más jugadores para intercambiar información sobre sus cartas.
[17] Outs: Cartas que si salen hacen que tu mano sea la mejor.
[18] Tight-passive: Juegan pocas manos y las juegan de forma pasiva. Se les conoce popularmente como “rocas”.
[19] Heads up: Partida entre dos únicos jugadores.
[20] Slowplay: Estrategia de juego pasivo que trata de aprovechar la impetuosidad del rival.
[21] Straightforward: Jugador con un estilo directo que no suele variar su juego para desorientar a los adversarios
[22] Tricky: Jugador que cambia de forma inesperada su estilo habitual de juego dejando descolocado al adversario.

domingo, 8 de enero de 2017

El animalismo como peligro social, II: La misantropía sentimental.


"La conmiseración con los animales está íntimamente unida con la bondad de carácter; de tal manera que se puede afirmar, de seguro, que quien es cruel con los animales no puede ser buena persona.” Arthur Schopenhauer, filósofo.
“Quien valora más la vida de los animales que la de las personas no puede ser un buen animal.” Orlando D Drago, intruso profesional.

Justo treinta años después de que me ocurriera la anécdota de la animalista de las aves marinas caminaba hacia mi casa, ahora en Madrid. Iba por la calle del Príncipe acercándome a la del Prado dirección a Huertas. Cuando de repente vi como bajaba refunfuñando desde la plaza de Santa Ana una cuarentañera delgada, fibrosa y muy bronceada. Delante de ella, atado por una fina correa, iba un chuchillo pequeño, algo feúcho, pero con un aire displicente muy similar al de su ama.
—¡Venga, vámonos! Nos miran y se ríen de nosotros porque te estoy hablando…  ¡Como si no me entendieras! ¡Pero, déjalos, no les hagas caso!

Arthur Schopenhauer.
Es significativo que uno de los primeros adalides del animalismo laico en Europa fuese un misántropo recalcitrante como Arthur Schopenhauer. También es curioso que, a pesar de su ateísmo militante, fuese influido por doctrinas filosófico-religiosas de Oriente. Era un tipo hosco, huraño e intratable que murió en soledad con frases del tipo: “Prefiero la compañía de mi perro a la de los humanos”. O: "La mujer es un animal de cabellos largos e inteligencia corta". Quizás sólo por esta última frase no le caería tan simpático a mi perrista conversadora.

Históricamente todo indica que existe una relación entre perros y humanos anterior al Neolítico, desde el período en el que nuestros antepasados eran cazadores-recolectores. Sabemos que existió algún momento en el que lobos perdedores se unieron por necesidad a nuestros antepasados humanos (los machos alfa y las hembras beta permanecieron controlando su territorio con el resto de la manada). El hombre, en un primitivo pero efectivo trabajo de ingeniería genética, transformó a los lobos convirtiéndolo en perros adaptados a sus exigencias. Y así se ha perpetuado el vínculo que hasta hace relativamente poco ha seguido siendo exclusivamente una cuestión “profesional”, de supervivencia. Y de hecho en muchos casos así se mantiene. Siguen existiendo los perros policías, los rescatadores, los lazarillos, los vigilantes o los pastores… Pero en los últimos años su uso se ha modificado y extendido como animal de compañía de forma dominante. El perro de una función eminentemente práctica ha pasado a tener una función principalmente emocional. Incluso podríamos decir que de dependencia. Dependencia que inicialmente fue del perro al hombre, pero que ahora, en muchos casos, del hombre al perro. Con esta mutua dependencia el perro, antaño un animal libre y autónomo, se ha convertido en una simple mascota.
Justo hasta el inicio de la Revolución Industrial (periodo en el que, causalmente más que casualmente, se desarrolló la obra de Schopenhauer) los animales domésticos eran exclusivamente una recreación humana adaptada para su uso y disfrute. Una cuestión eminentemente práctica. Animales para comer, para usar su piel, su lana, su leche. Animales de tiro, de monta, de carga. Animales guardianes, ayudantes en la caza… No es hasta bien entrado el siglo XVIII cuando se empieza a popularizar el concepto de animal de compañía, especialmente entre las damas ociosas. En esto se ganarían el puesto las aves, los gatos y, como gran estrella, los perros. Con el sucesivo desarrollo industrial las ciudades se fueron urbanizando cada vez más pensando en las personas, pero algunos animales, pese a todo, han seguido ahí. Siendo precisamente el perro el que potencialmente genera más conflictos. En el mejor de los casos te ensucian con su patas, te olisquean las partes íntimas o te babosean, mientras sus dueños sonríen mientras te aseguran que no te “hacen nada” … ¡Pero si ya lo están haciendo! Pero es que además pueden molestar por las noches con sus ladridos. Y definitivamente ensucian las calles (por más que sus dueños limpien los excrementos) ya que inevitablemente convierten los barrios de los centros urbanos en esponjas de ácido úrico canino. Y, encima, esto sí es lo más grave, crean problemas de seguridad cuando son territoriales y agresivos. A veces atacan a las personas infligiendo graves daños, hasta incluso la muerte. ¿Que son los amos los maleducados? También lo son los que dejan que olisqueen y baboseen. Es tan sólo una cuestión de grado. Las personas que sobrevaloran las capacidades de sus animales no facilitan la convivencia en las ciudades.
Y además en las grandes ciudades nos enfrentamos al problema que supone el crecimiento de la población de perros, que es exponencial (las camadas medias pueden estar en unos seis cachorros, pero pudiendo ser hasta el doble en algunas razas), mientras el nuestro es un crecimiento levemente lineal con tendencia a la baja. Hay muchos más perros que personas, y esto supone un problema en las grandes ciudades. Aun así, los perristas pretenden legislar contra el control de su superpoblación. “¡Sacrificio cero!” reclaman en su peculiar gramática, mientras las perreras se desbordan de perros abandonados. Y si ha existido un fenómeno paradigmático sobre el animalismo como peligro social, fue el episodio de histeria colectiva desatado a finales del año 2014 por el sacrificio de un perro potencial portador del mortal virus de ébola.


El fenómeno animalista es esencialmente urbano, a un granjero no se le ocurriría humanizar a sus animales. La soledad de las grandes ciudades, y una empatía extrema y mal entendida, ha insertado a los animales sentimentalmente en los reducidos núcleos familiares. Y así ha surgido la esperpéntica figura del “perr(h)ijo”, admitamos la peculiaridad aberrante del término. En un acto de irracionalidad extrema se asciende al perro como miembro de pleno derecho de las familias. (Esto, naturalmente, es extrapolable a gatos, roedores y demás mascotas…) El ser humano, con lagunas afectivas, desciende a la altura del animal como el adulto que balbucea incoherencias infantiles, creyendo que así se hace entender mejor por un niño.
Los urbanitas dueños de mascotas, creyendo firmemente en su buena intención, soslayan la crueldad de tener a un animal en esas condiciones. Proclaman su identificación emocional con la bestia, pero no reparan en algo tan simple como la tortura de estar en un espacio cerrado durante diez o doce horas sin poder mear. Pero ellos son felices de tener a un ser vivo dependiente y no a un animal libre. Si, según su criterio, un perro puede tener derechos no deberían inquietarse si éste “decide” en un momento dado desaparecer. Estaría ejerciendo su “derecho” a la libre circulación.
Durante los milenios de coevolución entre hombres y perros se ha establecido un fuerte vínculo emocional entre ambas especies. El perro, por su propio interés de supervivencia, ha aprendido a entender al hombre, por eso es capaz de realizar múltiples tareas. Se ha detectado que pueden llegar a entender entre 160 a 200 palabras o instrucciones. Captan el sentido de las entonaciones. Hay un cierto “entendimiento” básico. Pero la inteligencia del perro es incapaz de entender discursos complejos, su reducida corteza cerebral no se lo permite. Hasta los etólogos más perristas admiten que su inteligencia a lo sumo podría ser comparable a la de un niño algo menor de dos años. Y a esas edades pueden captar tu alegría, tu tristeza o tu enfado, pero el entendimiento real es muy limitado.
La cuarentañera gruñona creía entenderse con su mascota, pero realmente sólo hablaba con su soledad. Aquel perro, involuntariamente, ejercía la figura de su soledad representada.
Puede no ser políticamente correcto decirlo, pero en el animalismo existe un fuerte sustrato de misantropía. En las sociedades contemporáneas muchas personas quedan emocionalmente marginadas y no existe el antiguo apoyo de las familias extensas. El animal de compañía se convierte entonces en un sustituto afectivo que protege contra el dolor.
Me despido por hoy con otra frase del viejo Schopenhauer, que prefigura una auténtica declaración de principios del espíritu animalista extremo:

"Debo confesarlo sinceramente. La vista de cualquier animal me regocija al punto y me ensancha el corazón, sobre todo la de los perros, y luego la de todos los animales en libertad, aves, insectos, etc. Por el contrario, la vista de los hombres excita casi siempre en mi una aversión muy señalada, porque con cortas excepciones, me ofrecen el espectáculo de las deformidades más horrorosas y variadas: fealdad física, expresión moral de bajas pasiones y de ambición despreciable, síntomas de locura y perversidades de todas clases y tamaños; en fin, una corrupción sórdida, fruto y resultado de hábitos degradantes. Por eso me aparto de ellos y huyo a refugiarme en la naturaleza, feliz al encontrar allí a los brutos.”