domingo, 18 de junio de 2017

Ansiedades, aflicciones, melancolías, anhedonias y otros pequeños malestares endémicos de la era postindustrial.

“—¿Has tomado alguna vez litio con zumo de tomate?
—No, pero otro neurótico me ha dicho que es increíble.” 
Woody Allen, Play it again, Sam.




Hace unos cuatro o cinco años cenaba en la casa de un amigo, un prometedor periodista treintañero, y en un momento de la noche él empezó a ponderar con alegría con otra amiga, una brillante lingüista[1], sobre las virtudes de diferentes ansiolíticos y antidepresivos. Aquello tenía su gracia. Sentí por un momento que era un personaje secundario de una setentera película de Woody Allen en pleno siglo XXI. Pasó el tiempo y aquello no se me olvidó. Aunque en realidad era algo que ya había visto en numerosas ocasiones: el drama de los bourgeois bohemian. Jóvenes licenciados en el inicio de su vida adulta sumidos en la tristeza. Ciudadanos privilegiados que habían podido estudiar una carrera universitaria, viajar y aprender más de un idioma, pero que se sentían de alguna manera vacíos, que les faltaba algo. En sus pequeñas familias de clase media ascendente, no había pobreza ni grandes tragedias. Sin embargo, vivían en un estado de casi permanente infelicidad. ¿Qué era lo que les faltaba? ¿Qué era lo que necesitaban para ser felices? Si yo perteneciese a una secta o escribiese libros de autoayuda, que es casi una redundancia, ya tendría la respuesta y les mostraría el camino (previo pago por mi sabiduría); pero no, mi intrusismo profesional por ahora es altruista y no llega tan lejos. Así que sólo me he limitado a reflexionar sobre qué podían tener en común ellos y todas esas otras personas melancólicas permanentes que he conocido a lo largo de mi vida. Y sin la necesidad de sentar cátedra que me confiere el intrusismo, me puse a pensar. Y encontré dos tendencias que se suelen dar en ellos, en solitario o conjuntamente, en mayor o menor grado: por un lado, la focalización y sobrevalorización de los deseos (lo que llamaré: crisis aspiracional); y, por otro, la ausencia, dispersión o disfunción de una verdadera tribu afectiva estable. No diré que estas cuestiones sean unas causas únicas o excluyentes, pero sí son lo suficientemente significativas como para tenerlas en cuenta. Y voy a tratar de comentarlas brevemente, aunque me haría falta mucho más espacio del que aquí dispongo. Así que empezaré por el principio, aunque eso sea ir muy hacia atrás.

La secuencialidad simultánea.
El relato académico de la historia es un modelo estrictamente teórico. La evolución social, en realidad, siempre es asimétrica. Nuestra enseñanza, eurocentrista, nos guía a través de una narrativa construida a base de episodios sucesivos, una serie de fases que se cierran y que nos llevan a otras en la que se superan las anteriores. Nos cuentan, simplificando al máximo, que nacemos como especie en el Paleolítico, hasta que tras unos milenios se produce la primera gran revolución que, aunque parezca una ironía, la causa el sedentarismo, y así, con la agricultura y la ganadería, alcanzamos el Neolítico; de ahí pasamos a los grandes imperios de la Antigüedad, que finalizaron con la Caída de Roma; y tras esto llegamos a la Edad Media, años de supuesta oscuridad que finalizan con el descubrimiento de América, que nos abre a la época Moderna y, tras la Revolución Francesa, sangrienta sombra de la Ilustración, llegamos por fin a la Edad Contemporánea. Posiblemente ahora, tras las bombas atómicas o la Revolución Digital, podamos establecer ya el inicio definitivo del Mundo Actual. Pero todo esto no es más que una ilusión, un cuento para tratar de entendernos. La realidad es bien distinta, mucho más compleja. La historia, las sociedades y las culturas se desarrollan a través de una multiplicidad de situaciones a veces sucesivas, pero siempre diversas y coetáneas. Si miramos a nuestro alrededor podemos ver que aún existen sociedades con estructuras sociales, políticas, culturales o religiosas perfectamente equiparables a otras que ya han existido en el pasado occidental. De hecho, aunque nos parezca increíble, sabemos que aún existen grupos humanos que no han superado la fase cazadora-recolectora, y que estos comparten el planeta con otros que estudian la vida subatómica, mandan naves al espacio o que se comunican digitalmente.

La adaptación emocional al medio y el flautista de Hamelín.
No voy a entrar en profundidad en la cuestión de por qué han continuado estas tribus de cazadores-recolectores sin alterar su modus vivendi[2]. Pero sí voy a apuntar una particularidad significativa, que es la de su (al menos aparente) estado de bienestar emocional. El antropólogo Francisco Giner Abati[3] sostiene que en sus trabajos de campo por África no ha encontrado ansiedades o depresiones entre los miembros de estos grupos humanos:

«Buscamos los pueblos más aislados y con ellos descubrimos que nuestra vida en las grandes ciudades está desajustada. El individualismo patológico nos genera problemas que estos indígenas desconocen porque viven en núcleos pequeños, como el ser humano vivió hace 5000 años. Pueden morir de malaria, pero no sufren las enfermedades mentales que tanto nos hacen sufrir.»[4]
Esto apunta hacia que en las tribus de tecnología simple gozan de buena salud mental. Sin embargo observamos que uno de los hechos más devastadores en estos grupos humanos es el contacto ilimitado con las sociedades industrializadas. La aculturación y los supuestos placeres químicos acaban con el bienestar histórico en tribus cohesionadas. Desde las reservas de nativos americanos en Estados Unidos y Canadá, a los contactos de explotadores de recursos naturales en el Amazonas o, recientemente, la “objetualización” turística de los himba en Namibia, se constata que la introducción de elementos ajenos a sus tradiciones[5] sólo les conduce hacia una aculturación y progresiva destrucción de sus valores que les lleva a las adicciones, depresiones y falsa sensación de pobreza[6].
La publicidad de los países industrializados, en este caso de origen anglosajón, ha creado el concepto de lo “aspiracional”[7], que propone un supuesto ideal de satisfacción que se alcanzará con la adquisición del producto. Lo aspiracional es la principal baza que vende el modelo de sociedad compleja industrializada: lo malo es que se trata de un mito inalcanzable, una caja de Pandora que una vez abierta no hay retorno.
Está claro que no ha existido un consenso racional y coordinado por parte de las tribus de cazadores-recolectores que aún pueblan nuestro mundo. Pero ¿qué pudo ser lo que les llevó a seguir como estaban? Podemos pensar que se ha tratado de un simple estancamiento cultural por el aislamiento. Pero también podemos pensar en los tiburones. Sabemos que tal y como los conocemos ahora los escualos existen desde la época de los dinosaurios. ¿Y por qué no han evolucionado desde entonces? Pues todo indica que en este caso la causa sí es muy sencilla: simplemente porque no lo han necesitado. Tal y como eran ya tenían todo lo que necesitaban. ¿No ha podido pasar algo así con estos grupos humanos?
Hagamos un balance. Por un lado, tenemos a los grupos humanos que inexplicablemente sobreviven aislados en tribus pequeñas autosuficientes en fase cazadora-recolectora:

Aspectos positivos.
·        Son grupos humanos pequeños, pero cohesionados.
·        Tienen un reducido estrés social, tienen resueltas sus necesidades afectivas desde que nacen.
·        Tienen resuelta su subsistencia (comida y alojamiento) sin necesidad de trabajos alienantes.
·        Su periodo de aprendizaje es social y colectivo. Aprende los necesario para sobrevivir.
·        No existen desigualdades: el bienestar/malestar de la tribu es compartido. La solidaridad es un hecho natural.

Aspectos negativos.
·        No tiene grandes comodidades ni defensas ante riesgos naturales (meteorológicos o epidemias).
·        Su aprendizaje se reduce a los esencial para sobrevivir. Lo que les lleva a un estancamiento social, intelectual, científico y tecnológico.


Mientras que las sociedades complejas:

Aspectos positivos.
·       Acceso a un aprendizaje especializado.
·       Posibilidad de disponer grandes avances intelectuales, científicos y tecnológico.
·       Mayor esperanza de vida.
Aspectos negativos.
·        Se vive con una fuerte presión social desde pequeño.
·        Lazos afectivos escasos y a veces dispersos (familias pequeñas y no siempre bien estructuradas).
·        Individualismo, relaciones sociales no pactadas.
·        La solidaridad se impone en mayor o menor grado.
·        Posibilidad de vivir en la indigencia. No se tiene nada asegurado.
·        Trabajos monótonos y alienantes (cuando se tiene).
·        Mayor tasa de infelicidad y turbaciones mentales.
·        Desigualdad de bienestar entre los individuos.

Es cierto que algunos sistemas de organización de las sociedades complejas han pretendido dirigir y organizar algunos de los aspectos negativos que estas presentan. Lo curioso es que esto genera rechazo y huida de estos países de economía planificada. Digamos que las sociedades industrializadas de economía libre pueden parecer que tienen algo de masoquistas, ya que a sus habitantes les duele, pero les gusta. Aunque realmente el secreto está en la zanahoria que ofrece la posibilidad de un bienestar muy superior tras su correspondiente esfuerzo… o simplemente tener una ventana abierta hacia la esperanza de obtener un golpe de suerte individual.
Pero volvamos al principio. ¿Cómo y por qué nacieron estas sociedades complejas?

Del nosotros al yo: el nacimiento de la crisis aspiracional.       
Con el paso del Neolítico a la Antigüedad se producen en los grupos dinámicos múltiples hechos que refuerzan el aislamiento y las diferencias entre los individuos. Con el sedentarismo van desapareciendo los lazos de la tribu, ya que partir de ese momento cada unidad familiar es responsable de su propio sustento. Y no todas las familias acaban teniendo la misma fortuna ni las mismas posibilidades, con lo que empiezan a existir diferencias. En este sentido la creación de sociedades complejas es la que genera inevitablemente desigualdades. Ya que, al desaparecer el soporte grupal primario que ofrecen las tribus cohesionadas, es fácil caer en desgracia. Aunque también permite la posibilidad de estar en el lugar adecuado en el momento justo y acumular riquezas.
La vida en sociedades tribales ejerce de colchón protector para los débiles. En el sistema tribal nadie tiene que "buscarse la vida". Todo el mundo tiene su sitio asignado desde que nace. La competitividad no tiene sentido, porque todos trabajan para el grupo. Todos tiene cubiertas sus necesidades en todo momento, incluso las afectivas. Cada persona forma parte de un órgano vital del grupo. Sin embargo, en las sociedades complejas el sistema ya no se basa en la cohesión del grupo, sino en cierto egoísmo individualista. Los avances ahora se producen por querer superar al otro, no tanto para compartir lo conseguido, sino para que genere un beneficio particular. Es una forma de envidia que genera avances. La innovación es el motor. Se agudiza el ingenio espoleado por el deseo irrefrenable de mejorar el estatus social. Ya que esto ahora es necesario, y cuando no se consigue se entra en un estado de crisis aspiracional, que es el desaliento ante la realidad del individuo y su deseo, que se sitúa en alcanzar lo mismo que tiene el que ha conseguido algún logro que le ha llevado a un escalafón superior de riqueza. Y esto lleva a los habitantes de los nuevos núcleos estables a la especialización y a la competencia. Esta competitividad que ejerce de motor para los avances es el círculo vicioso de las sociedades complejas. El estrés permanente al que se someten los ciudadanos para mantener su nivel de vida es a su vez el tributo que tienen (tenemos) que pagar.
Entre 1912 y 1913, poco antes de la Gran Guerra, Hans Paasche[8], un incansable activista alemán, escribió una serie de cartas imaginarias en las que un jefe africano, Lukanga Mukara[9], hablaba de los absurdos de la vida del hombre blanco. Esta idea sería “retomada” poco después, ya en periodo de entre guerras, por Erich Scheurmann, otro peculiar personaje, con otra obra que ha tenido más repercusión popular: Los papalagi[10], publicada en 1920, en la que un supuesto jefe samoano[11] viajaba a las ciudades industrializadas de la Europa Occidental y veía con espanto los tributos que tenían que pagar para mantener su alienante estilo de vida. Estas sátiras reflejan muy bien la autoconsciencia del occidental ante su propia tragedia vital.

Un virus que no muere ni nos mata.
Lo atractivo de las sociedades complejas se extendió pronto entre los grupos humanos próximos o colonizados. Y se extendió que todo aquel que quería gozar de sus beneficios debía de aceptar las reglas del juego y entrar en la selva de la oferta y la demanda. Había que ofrecer algo exclusivo para poder prosperar, especializarse en algo. Los avances en los grandes núcleos de proto-civilizaciones y civilizaciones incipientes fue irreversible. Sólo se quedaron aisladas algunas poblaciones en África, la América amazónica, algunas partes de Asia tropical y Oceanía. Aun así, terminada la fase de tribu en estas sociedades, todavía han pervivido con fuerza durante siglos los vínculos afectivos entre las familias extensas y los clanes. Pero tras las sucesivas revoluciones industriales y las dos guerras mundiales, esto también ha terminado por entrar en decadencia. A partir de los años sesenta, por una revolución de distinto tipo, varios factores han acabado provocando la gradual reducción de las familias extensas en Occidente, último bastión de los viejos clanes que aún subsisten en sociedades más atávicas. En cualquier caso no ha sido de forma abrupta, en esto también funciona la fractalidad de la asimetría social, pero sí de forma progresiva y todo indica que permanente. Esto, en definitiva, ha generado un nuevo paradigma en la educación colectiva: el individualismo.

La tribu afectiva.
A partir del último tercio del siglo XX los modelos de familia tradicional se han ido reduciendo y disgregando progresivamente. Y, por la necesidad atávica de pertenencia a un grupo, han aparecido en sustitución una multitud de entes alternativos: desde los activismos sociales, pasando por las aficiones deportivas, llegando a las tribus urbanas.
Por otro lado, en los países más industrializados, ha empezado a nacer un nuevo tipo de ciudadanos enfrentados a una paradoja. Nacen en familias muy reducidas (rara vez más de cuatro miembros) que les protege en exceso durante sus años de preparación, aun sabiendo que después la lucha va a ser dura y en solitario (o al menos deberían de saberlo). Hasta que finalmente sus retoños se enfrentan a un mundo hostil para el que no han estado emocionalmente preparados. Viven el impacto de enfrentarse a la ley de la selva tras haber vivido entre algodones. Acostumbrados a la satisfacción inmediata de sus deseos y con una baja tolerancia al dolor, prefieren la solución momentánea que les aporta la felicidad química aun sabiendo que se trata tan solo de un parche. Así pues, se encuentran enfrentados a unas expectativas y objetivos que rara vez alcanzan, lo que les hace permanecer en un perpetuo estado de ansiedad insatisfecha. Se ven desbordados al enfrentarse a múltiples exigencias sin la ayuda de nadie: un trabajo, un estatus, una pareja. Y ya nada de esto queda asegurado por la permanencia a una tribu. El espacio que deja la ausencia de lo gregario lo llenan con vacías burbujas de ego. Así muchas amistades contemporáneas se apoyan en la virtualidad, reflejando únicamente el brillo exterior de esas burbujas, mientras las emociones permaneces encerradas, generando bolsas de población que no son más que multitudinarias coexistencias de egos solitarios. Vidas en estado de frustración perpetuo ante expectativas imposibles: la crisis aspiracional enquistada.

Los arrabales del Paraíso.
Si toda la historia permanece en el tiempo, y sólo se traslada en la geografía ¿qué pasa con esas sociedades intermedias que se sitúan entre la vida actual y los cazadores-recolectores?
La aldea global soñada por McLuhan ya casi es un hecho consumado, la expansión de los medios de comunicación ya se infiltra por casi todas las comunidades geográfico-históricas. Así pues, con una mayor o menor capilaridad cultural, el relumbrón del Primer Mundo llega a grupos humanos con diferentes grados de evolución social[12]. Muchas personas creen vivir en los arrabales del Edén y ven a Occidente como un probable futuro de prosperidad que quieren alcanzar aquí y ahora, al igual que los jóvenes insatisfechos del Primer Mundo, y tratan de llegar al supuesto paraíso capitalista jugándose sus vidas. Y ninguno de ellos, por diferentes motivos, está suficientemente preparado para alcanzarlo. Así, unos y otro, sufren la crisis aspiracional.
Sin entrar en el debate etic/emic del estado real de bienestar de las tribus indígenas[13], sí podemos mantener que en las tribus aisladas en fase cazadora-recolectora, pese a su menor esperanza de vida, los índices de felicidad son mayores. Y que la cercanía e influencias de sociedades complejas siempre acaba por destruir este índice. El acercamiento ha de ser gradual. La brusca inmersión es peligrosa. Los placeres de las sociedades complejas son como las drogas, admiten su tolerancia en bajas dosis, pero el exceso puede ser mortal.
Si estos son los problemas reales deberíamos tener algunas soluciones. El problema es que sólo para los iluminados y los líderes populistas (en muchas ocasiones ambos perfiles coinciden) las soluciones de los problemas complejos son sencillas. Sea cual sea la solución, esto lo hemos visto ya en todas las ocasiones, los problemas no se resuelven nunca por medio de una revolución, estas siempre dejan damnificados y complican mucho más las cosas. Las soluciones siempre acaban llegando de alguna manera, aunque de forma mucho más lenta, a través de la evolución.

Las sociedades complejas y la felicidad.
No ha sido nunca una buena idea acabar con la libertad de las sociedades complejas. El modelo de funcionamiento delas sociedades tribales no funciona mucho más allá de pequeños grupos bien cohesionados de forma natural. Las comunas de los anarquistas o de los hippies nunca llegaron muy lejos. Quizás sea mejor idea aceptar el sistema que nos ha tocado y usar otra estrategia mucho más modesta de cambio desde dentro de él.
Las personas desde nuestro interior[14] hasta nuestras más amplias construcciones sociales no somos unidades homogéneas, sino fruto de una compleja convivencia o coexistencia de realidades estratificadas de muy diverso alcance. Si hay una particularidad de nuestra especie que ha demostrado mantenerse firmemente asentada es que somos un ser esencialmente gregario. Para el ser humano es importante sentirse parte de un grupo estable y cohesionado, en el que nos sintamos queridos, valorados y necesarios. Un grupo humano en el que podamos dejar nuestras vulnerabilidades al descubierto sin miedo, y que sean aceptadas, lo que he dado en llamar la tribu afectiva. La tribu afectiva se fundamenta en la confianza, la cooperación y el compromiso. El grupo nos cuida y nosotros cuidamos del grupo. Y no hay caprichos egoístas, sino acciones de necesidad y afecto mutuos. Necesitamos una tribu afectiva física por encima de superficiales contactos virtuales. Y contacto con humanos, más que con sustitutos animales o tecnológicos. Y para esto será necesario un verdadero cambio de paradigma. Quizás tengamos que abandonar la extendida creencia de que para estar bien con los demás hay que estar primero bien con nosotros mismos. Tal vez debamos liberarnos del ego del individualismo y de la competitividad y apostemos por estar primero bien con una tribu afectiva propia, y a lo mejor así estemos finalmente bien con nosotros mismos.
Eso sí, saber cómo llegar a conseguir esto ya es otra historia. No lo sé. Yo tan sólo soy un intruso profesional.




[1] Allí yo era el único “intruso profesional”.
[2] Tampoco entraré en el debate, de fuertes connotaciones etic o emic según los puntos de vista, de si es mejor mantenerlos aislados o darles algún tipo de apoyo, aunque sea al menos sanitario.
[3] Francisco Giner Abati. Médico y Catedrático de Antropología por la Universidad de Salamanca. http://sge.org/exploraciones-y-expediciones/2006-listado-diarios/expedicion-los-ultimos-indigenas/
[5] Como pueden ser los alimentos hipocalóricos o el alcohol y otras drogas…
[6] Habría que señalar que el concepto de “país empobrecido” o país menos desarrollado nace de una concepción profundamente eurocentrista, ya que parte del principio de “riqueza o pobreza” desde el punto de vista de sociedades industriales, sin tener en cuenta otros índices de bienestar social. La sensación de pobreza se inculca a estas poblaciones creando un agravio comparativo a través del deslumbramiento tecnológico, sin llegar a valorar como contrapartida el bienestar o malestar emocional. ¿Podríamos decir que son los países industrializados países infelices? Sugiero como complemento ver La teoría sueca del amor, documental de Erik Gandini.
[7] La web Gerencie.com define como publicidad aspiracional la que: “se basa en tratar de convencer al posible consumidor sobre la bondad de un producto o de un servicio, situando a este en una situación idealizada. Se trata de intentar asociar la compra del producto con la obtención de esa situación ideal que puede estar relacionada con un estatus social superior, con la fama, con la belleza física o con un lugar idílico. Con este tipo de publicidad se trata, no tanto de comunicar las características de lo que se vende, como de atribuirle a este la posibilidad de llegar a conseguir una situación similar a la que tiene el que realiza el anuncio.”   http://www.gerencie.com/publicidad-aspiracional.html
 [8] Hans Paasche era un adelantado a muchos de los movimientos de la izquierda indefinida (defensa de los habitantes de las colonias africanas, contrario al consumo del alcohol, pacifista, ecologista, vegetariano…)
[9] Die Forschungsreise des Afrikaners Lukanga Mukara ins innerste Deutschland, 1912-1913.
[10] Los papalagi, Erich Scheurmann. Existen múltiples ediciones en español. La más reciente es de RBA Libros, ISBN: 9788478714247.
[11] Sociedad que, en el tiempo en el que la visitó el autor, aún estaba situada entre un tardío neolítico o una Antigüedad protohistórica.
[12] Y, lamentablemente, no sólo existe una porosidad social o cultural. Así suceden hechos tan peligrosos como los del DAESH: una sociedad de mentalidad y estructura medieval, que tiene a su alcance armas y medios de comunicación propios del mundo actual de Occidente.
[13] Distinguiendo con claridad las que están realmente aisladas sin sufrir el agravio comparativo que genera la crisis aspiracional de las que viven en un estado de miseria periférica.
[14] Ese cerebro triúnico que funciona como reflejo de la construida asimetría social.